NI UNA PALABRA
Ya
había oscurecido cuando Pablo dejó
de jadear y de agitarse. Con un leve
movimiento de su pelvis salió del
sexo de Emma, todavía caliente y
húmedo, y se dejó caer exhausto a su
costado.
Entonces ella se quejó de frío; él
se giró y la cubrió con la sábana,
rozando con el dorso de los dedos el
pezón erecto de la chica, que se
encogió, gimió y sonrió sin abrir
los ojos.
Pablo la besó en la frente y le
acarició la boca, entreabriendo sus
labios hasta rozar los dientes y en
un susurro dijo:
—Vístete deprisa, que están a punto
de volver, y ya sabes, de esto, ni
una palabra a papá.
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©Pilar Aguarón Ezpeleta
Publicado en el libro: Las
verdaderas HISTORIAS de amor son
pasajeras |