Este es el primer
discurso del Rey, pronunciado en las Cortes el 22 de noviembre de 1975
En esta hora cargada de emoción y esperanza, llena de
dolor por los acontecimientos que acabamos de vivir, asumo la Corona del Reino
con pleno sentido de mi responsabilidad ante el pueblo español y de la honrosa
obligación que para mí implica el cumplimiento de las leyes y el respeto de una
tradición centenaria que ahora coinciden en el trono.
Como
Rey de España, título que me confieren la tradición histórica, las Leyes
Fundamentales del Reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en
dirigiros el primer mensaje de la Corona, que brota de lo más profundo de mi
corazón.
Una
figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya
un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de
referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con
respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años
asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su
recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para
con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y
nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal.
España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda
la existencia a su servicio.
Yo
sé bien que los españoles comprenden mis sentimientos en estos momentos. Pero
el cumplimiento del deber está por encima de cualquier circunstancia. Esta
norma me la enseñó mi padre desde niño, y ha sido una constante en mi familia,
que ha querido servir a España con todas sus fuerzas.
Hoy
comienza una nueva etapa de la historia de España. Esta etapa, que hemos de
recorrer juntos, se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del
esfuerzo común y de la decidida voluntad colectiva. La Monarquía será fiel
guardián de esa herencia y procurará en todo momento mantener la más estrecha
relación con el pueblo.
Pido
a Dios ayuda para acertar siempre en las difíciles decisiones que, sin duda, el
destino alzará ante nosotros. Con su gracia y con el ejemplo de tantos
predecesores que unificaron, pacificaron y engrandecieron a todos los pueblos
de España, deseo ser capaz de actuar como moderador, corno guardián del sistema
constitucional y como promotor de la justicia. Que nadie tema que su causa sea
olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio. Juntos podremos hacerlo
todo si a todos damos su justa oportunidad. Guardaré y haré guardar las Leyes teniendo por norte la justicia y sabiendo
que el servicio del pueblo es el fin que justifica toda mi función.
Soy
plenamente consciente de que un gran pueblo como el nuestro, en pleno periodo
de desarrollo cultural, de cambio generacional y de crecimiento material pide
perfeccionamientos profundos. Escuchar, canalizar y estimular estas demandas es
para mí un deber que acepto con decisión. La Patria es una empresa colectiva
que a todos compete. Su fortaleza y grandeza deben apoyarse por ello en la
voluntad manifiesta de cuantos la integramos. Pero las naciones más grandes y
prósperas, donde el orden, la libertad y la justicia han resplandecido mejor,
son aquellas que más profundamente han sabido respetar su propia historia. La
justicia es el supuesto para la libertad con dignidad, con prosperidad y con
grandeza. Insistamos en la creación de un orden justo, un orden donde tanto la actividad pública como la privada se
hallen bajo la salvaguardia jurisdicional. Un orden justo, igual para todos,
permite reconocer dentro de la unidad Reino y del Estado las peculiaridades regionales, como expresión
de la diversidad de pueblos que constituyen la sagrada realidad de España. El
Rey quiere s todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en
su tradición,
La
Corona entiende como un deber el reconocimiento y la tutela de los valores
espíritu.
Como
primer soldado de la nación me dedicaré con ahínco a que las Fuerzas Armadas de
España, ejemplo de patriotismo y disciplina, tengan la eficacia y la potencia
que requiere nuestro pueblo.
La
Corona entiende también como deber fundamental
el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, cuyo fin es asegurar a todos los españoles las condiciones
de carácter material que les permitan efectivo ejercicio de todas sus libertades. Por tanto, hoy
queremos proclamar queremos ni un español sin trabajo ni un trabajo que no permita a quienes lo
ejercen mantener con dignidad su vida
personal y familiar, con acceso a los
bienes de cultura y de la economía para él y hijos. Una sociedad libre y
moderna requiere la aparición de todos en los foros decisión, en los medios de comunicación en los diversos niveles
educativos control de la riqueza nacional. Hacer cada día más cierta y eficaz esa participación debe ser una empresa comunitaria y tarea de
gobierno.
El
Rey, que es y se siente profundamente católico, expresa su más respetuosa consideración
para la Iglesia. La doctrina católica, singularmente enraizada en n pueblo,
conforta a los católicos con la luz de su magisterio. El respeto a la dignidad
de la persona que supone el principio de la libertad religiosa es un elemento esencial para la armoniosa convivencia de o sociedad.
No
sería fiel a la tradición e mi si ahora no recordase que durante generaciones
los españoles hemos luchado restaurar la integridad territorial den solar
patrio. El Rey asume este objetivo con
la más plena de las convicciones.
Señores
consejeros del Reino, procuradores, al dirigirme como Rey desde estas Cortes al pueblo español, pido a Dios ayuda para todos. Os prometo firmeza y
prudencia. Confío en que todos sabremos cumplir la misión en la que estamos
comprometidos. Si todos permanecemos unidos habremos ganado el futuro.
¡Viva
España!