EL CUADRO NARANJA
© José Mª Morales Berbegal
El invierno estaba siendo crudo y José Pardos casi no sentía sus manos. Así que giró hacia el pasaje con intención de que le protegiese del frío. Las escaleras mecánicas le bajaron hasta otro acristalado pasillo atestado de locales, donde frotó sus dedos y se aflojó la bufanda. “Exposición de pintura. Autora: Pilar Aguarón. Entrada libre” leyó en el cartelito publicitario. Decidió entrar, quizás tuviesen calefacción. La sala se encontraba bastante animada, gentes hablando y riendo con un vaso en la mano, besándose en las mejillas por las presentaciones cruzadas y lanzando fugaces vistazos sobre los cuadros colgados.
El anciano se desabrocha dos botones de su abrigo y se sienta en el banco del fondo, donde espera descansar brevemente. Se escuchan aplausos en el lado opuesto, junto con el chocar de copas celebrando el estreno social de tan magnífica colección. José Pardos mira la pintura más cercana. Tan sólo distingue un bulto naranja. Su vista se ha ido perdiendo lentamente desde que vino a la ciudad. Él cree que es el aire tan contaminado, que evita que entre la luz y por eso sus ojos se están acostumbrando a ver menos. Apoya su mano en la rodilla, tira de riñones y piernas para poder ponerse en pie, y se coloca delante del cuadro. Fijamente.
Un tipo con cuello alto y americana de pana termina de lanzar palabras al viento en favor de la pintora, que rechaza los piropos y se confunde entre los asistentes con la sonrisa amable agradeciendo el apoyo en el acto. Pilar termina de besar al último de sus amigos cuando se percata en un señor mayor que está en pie inmóvil ante uno de sus lienzos. No lo conoce. No tiene apariencia de crítico, pero no le quita la vista a la pintura. Decide colocarse a su lado y contemplarlo también, con la esperanza de forzar un comentario que el abuelo no hace.
-¿Le gusta? –
– Mucho –
– Se titula “Tierras de Aragón“… –
José Pardos se mantiene recto con la mirada fija en el interior de las pinceladas pastel. Buceando entre los naranjas y respirando los azules. Pese a las explicaciones de la autora de cómo fue realizado, de la descripción de los trazos y de las ideas que querría expresar, el anciano permanece absorto sin pestañear.
– ¿Cree que he sabido captarlo?
– Si… Así es el amanecer en las laderas de Tellerda – susurra mientras dos lágrimas brotan como el Ara lo hace bajo el Vignemale.
Lentamente se abotona y ajusta la bufanda. Este año el invierno está siendo crudo.