¡Chop!
© Begoña Pérez-Fajardo Alcaide

Chop….
Soy una gota de agua que acaba de saltar del río… me dirijo a una paleta de colores de una pintora que lleva días viniendo a la ribera. Es una visita sorpresa, no creo que se percate de mi presencia. Por si acaso me voy deslizando en silencio, oculta en mi transparencia…y es que he caído en una madera por lo que voy, voy…resbalando…

De pronto me encuentro con un lago amarillo ¡solidificado!…Al lado otro de marrón claro se mezcla con un mate verdoso para dar lugar a un pequeño mar de pistacho…

-¡Esto lo tengo que ver mejor!

Una montaña de pintura desecada me ofrece un promontorio desde el que contemplar la paleta de colores. Así que tras ascender por su rugosa pared diviso un paisaje de pequeñas lagunas. Cobrizos reflejos, ocres oscuros, ambarinos rescoldos y brillantes naranjas forman diminutos ibones que se desplazan con el empeño del barro, la solidez de la lava o la alegría de la miel.

Un pincel se asoma a ellos para recoger pintura y plasmarla en la tela…

Sigo avanzando en mi húmedo trajín por un océano oliva, caqui y pardo, compuesto por decenas de charquitos experimentales. A veces me tengo que descolgar por las lisuras de las rampas, otras debo hacer fuerza para liberarme de la adherencia de la pintura. Las menos, debo refrenarme, sobre todo cuando llego a frescas ideas plasmadas en color, ya que si no me fundiría en ellas y tendría complicado el regreso.

-¡Vaya torbellino de vida que hay aquí…!

Entonces, aprovechando un aéreo viaje del pincel, me traslado al cuadro…

Chop…

Ya estoy en la obra que, para mi sorpresa, me resulta familiar. Y es que tras recorrer un prado de crestas de ámbar por el que subo y bajo, contemplo cómo amarillas aliagas iluminan el fondo mientras espigas doradas dan cobrizos reflejos a cetrinos verdes del campo.

Desde una especie de ola de cera petrificada vislumbro el mar de banderas que componen este cuadro…todas adheridas a la tela, enclavadas en una horizontalidad que saben que representa profundidad. Trepo por pequeñas laderas de pasta, desciendo por collados de girasoles y resbalo por angosturas de cereales. La melancolía se ve plasmada en ocres y naranjas que se funden en volutas de trigo, cebada y panizo.

No sé cómo siento el aire que acaricia la hierba, oigo el roce de la espiga y huelo la humedad de la lluvia… noto la viscosidad del barro y contemplo la grandiosidad del paisaje del que formo parte…

Ah, quién fuera pintora…y capaz de trasladar mundo a un pedacito de Universo…

Me quedo colgada en el marco del cuadro que he visto y palpado con emoción.

El río me llama, esperando que me suelte para volver a sus acogedoras aguas…pero sigo aferrada a este trocito de Universo…porque estoy impresionada…

Y es que al mismo tiempo he sido protagonista y testigo, pájaro y hormiga, prado y espiga, hierba y trigo, viento y sueño….

Ah, quién fuera pintora…

 

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