La casa de los arquillos
Pilar Aguarón Ezpeleta Editorial La Fragua del Trovador 2013

©Anabel Consejo
Texto de la presentación- Monegrillo 22 de marzo 2014
La teoría de los 6 grados de separación expone que dos individuos cualesquiera están conectados entre sí por no más de 6’6 grados, es decir, que son necesarios siete o menos intermediarios para relacionarlos. (La teoría fue inicialmente propuesta por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en un cuento llamado Chains.)
Tuvo que llegar Microsoft con todos sus ordenadores y redes sociales para confirmar esta teoría de los años 30; a Pilar Aguarón le han bastado poco más de 100 páginas para corroborar que en “La casa de los arquillos” cualquiera de los protagonistas que sale en el libro mantiene una conexión entre ellos de menos de 6 pasos.
En “La casa de los arquillos” se demuestran más cosas. Como que un libro nos conecta con otros mundos, con otras épocas; que un libro nos proporciona el don de la ubicuidad y nos permite conocer parajes remotos sin movernos de nuestro asiento o que un libro puede hacernos viajar a las entrañas y aventuras de cualquier personaje que estemos leyendo. Porque un libro es un objeto mágico y, éste que nos reúne hoy aquí, todavía más. A la maga Pilar Aguarón no le tiembla el pulso a la hora de decidir el destino de sus personajes; me atrevería a decir que es un Dios impertérrito, a veces cruel, que mira a sus criaturas desde la sabiduría y la distancia que su misma naturaleza requiere. Este dios únicamente se ciñe a los dictados de la Historia, la Historia con mayúscula, la que se encuentra en las enciclopedias, la que permanece en las hemerotecas, en las bibliotecas o en la memoria colectiva. Esos textos son los Eddas, las únicas lindes que delimitan la libertad de este demiurgo que es Pilar. Y es en esas coordenadas históricas donde su poder y su sapiencia se expanden y se muestran con maestría absoluta. Ella no necesita golpes de efecto, ni fuegos artificiales, su genio es suficiente para atraparnos en un mundo ficticio, pero tan real como la Historia que aprendimos en el colegio. Sus armas son la sencillez y naturalidad, que nos aproximan a los personajes; la rotundidad, cualidad que deja los hechos meridianamente claros; la rapidez, que nos obliga a bebernos los relatos como agua de una fuente de Los Monegros; la inmediatez,  que nos introduce de lleno en el relato como si se tratara de una película en tres dimensiones; y la utilización de los hechos históricos que, lejos de limitarla, le proporcionan el elemento líquido donde nada tan libre como un pez.
El mundo de “La casa de los arquillos” me recuerda, en cierta forma, a “La Colmena” de Camilo José Cela. El café del libro de Cela es la casa de los arquillos, de donde salen y entran, a donde pertenecen y a la que abandonan los personajes de la novela. También es una obra coral, aunque en el libro que nos ocupa bien podemos distinguir un personaje por encima de los demás, Matilde Villarrubia. Tal vez sea porque el último cuento, en el que ella es la protagonista principal, es el más largo o porque de ella llegamos a obtener mucha más información. Es desde este capítulo más extenso, de donde se ramifican, como flecos de un mantón de manila, los demás, bien de una manera directa o siguiendo la teoría de los 6 pasos. Y así como cada celdilla, cada abeja, tiene existencia propia, cada capítulo, también disfruta de su independencia dentro de la vida en común que supone formar una colmena.
Claro que hay más personajes, cada uno de ellos anclado en su época, en sus circunstancias las cuales los hacen diferentes los unos de los otros. Podemos deleitarnos con las historias de cabareteras o con las de guerrilleros que se trasladan al hemisferio sur o con las de soñadores que viajan en busca de una aurora boreal que tuvo lugar 100 años antes o, simplemente, con las de emigrantes en busca de un trabajo que, caprichoso, va girando las tornas según pasan generaciones y navidades calurosas. Son los inquilinos de un inmueble, cada uno en su piso, cada uno con su vida particular que se juntan en el ascensor o en la tienda de ultramarinos; que se saludan en la escalera u organizan reuniones de vecinos. Momentos de alianza entre universos paralelos en un mismo edificio, en un mismo objeto físico. Regresa la idea de la colmena, de la aldea, de la aldea mundial. Y todo le cabe a Pilar Aguarón en unas pocas páginas, en unos pocos saltos.
Para terminar osaré apuntar que Matilde Villarrubia (como la mayoría de personajes del libro) merece un mundo un poco más grande, quiero decir, el mundo de Matilde merece un habitáculo más extenso -y ahora no me refiero a la casa de los arquillos de Navasfrías-, merece más hojas en las que mostrar todo la complejidad de su personaje y todas y cada una de sus vicisitudes. Ésta es la sensación que tanto un buen libro como un buen amante deben dejar al finalizar: ganas de más, de repetir. Aunque su mundo ya no se pueda arreglar de ninguna manera, porque Pilar Aguarón ya echó los dados y repartió las cartas, el mundo de Matilde no nos queda a casi un siglo, está más cerca de nosotros, a tan sólo unas cuantas páginas y a menos de 6’6 pasos de distancia.
Ustedes lo tienen aquí mismo. Aprovechen: no sólo adquirirán un libro, también una caja mágica con cientos de gavetas secretas.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies