La Casa de los arquillos. ©2014 Reseñas
La casa de los arquillos, de Pilar Aguarón Ezpeleta (La fragua del trovador. 2013), es un libro de relatos que bien hubiera podido ser una novela o una novela corta compuesta de muchos relatos. No sé. En su interior diez textos nos llevan de la mano a lo largo de cien años de historia de este país, España, y nos asoman a la soledad de unas familias y de los personajes que las conforman. Se trata de un libro poliédrico, con múltiples caras, vértices y aristas, algo así como un diamante que reflejará un determinado espectro de colores según sea el lado en el que incida la luz. Y de colores y luces sabe un rato Pilar, pintora de paisajes solitarios y miradas intensas con trazo enérgico, como cualquiera que se atreva a enfrentarse a sus cuadros podrá comprobar. Alguien ha dicho que se requiere lápiz y papel para leer esta obra, estoy de acuerdo, y yo añadiría que volver a empezar nada más acabarla para perderse por sus rincones y sacarle todo el jugo que lleva dentro. En la casa de los arquillos nos encontramos con la escritora que ya nos atrapó con su estilo, directo, descarnado, preciso, con la complicada sencillez por la que algunos saben transitar, en sus libros de relatos Calla tonta (2009) y Marrón (2012) o en la novela Hueles a sándalo (2010). En esta ocasión nos propone dar un paso más, jugar a engarzar las piedras de un delicado anillo, a encajar las piezas de un puzle para enamorados, a ordenar la música que interpretan los instrumentos a lo largo de sus ciento catorce páginas y que resuena y es contestada por ellos mismos en el interior de una cajita de espejos. Se nota que la autora se ha divertido escribiendo el libro y eso se traslada rápidamente al lector dispuesto a iniciar el viaje propuesto a través del tiempo y del espacio. Iremos a Argentina con Seoane, a un pueblo de la España interior con la hija del anticuario, al Madrid decadente de comienzos del siglo anterior, a la legendaria Cachemira aunque sea con la imaginación, a la cruda Alemania de los emigrantes, al París de las canciones de amor, al mismísimo Círculo Polar Ártico y, claro está, a la casa de los arquillos de los Villarrubia, hermosamente retratada en la portada del libro, que será el lugar en el que todas las historias confluyan y podamos empezar a comprender el pasado y el futuro. Uno siempre se queda con algunas cosas, ciertos recuerdos que almacenar ahí al fondo y que nos acompañarán para siempre. En este caso, la historia de amor entre Matilde y Hermelo, vertebradora de la narración, surgida gracias a las historias encerradas en una biblioteca, y el mágico momento en el que Jonás contempla la aurora boreal, verdaderamente espléndido. Un libro emocionante, ferozmente humano, del que al terminar su lectura me vino a la cabeza aquello que escribió el irrepetible Gabriel García Márquez: “… porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”
“La casa de los arquillos” bien pudiera ser una novela corta, pero no lo es, por lo menos lo que se entiende como tal. Decía Bozidar Maljkovic que él no entrenaba sistemas con la Jugoplastika Split, que él enseñaba a los jugadores concept…os para que luego ellos crearan libremente las jugadas. Este libro me recuerda en algo a eso. Pilar Aguarón nos ofrece las piezas de una novela para que las cuadres como tú consideres. Otros dirán que es una colección de relatos relacionados de tal forma que configuran un conjunto de valor superior. También me vale. Los que hemos leído bastante a esta autora sabemos la facilidad que tiene de narrar historias de familia, ambición y drama, pero quizás sea ésta su obra más completa, con un tiempo narrativo limpio. Se nota que se gusta, que es su género y que disfruta relatando. Sin duda son sus personajes, resignados, resistentes, amantes y amados. Personajes, situaciones y paisajes se enroscan unos con otros pintando un universo de seres que pasan los unos junto a los otros. La clase alta venida a menos, la miseria en huida hacia el sueño del dinero rápido y su caída igual de feroz en la crisis actual. De trasfondo un siglo de nuestra España, quizás pasando de la soledad a la globalización de sus gentes que dejaron de pasear por caminos a ser atropellados en grandes avenidas. Sé que la autora es de gusto conciso, que evita la paja para ir al fondo, pero diré que en este caso hubiese estado justificada. Me ha sabido a poco, a corta, a que hay tanto oculto, tanto sugerido, que bien merecería haber crecido hasta ser una novela de mucha mayor extensión, y convertirse en una obra mayor, una saga generacional de éxito.
Lectura: cómoda, amable Obra: sólida Construcción: original… Valoración: excelente Grado de disfrute: superior Necesidad: nueva y urgente lectura. Deseo: suerte y éxito Envío: Besos a la autora.
La casa de los arquillos.
©Amando Carabias Marías
Hay veces en que uno, cuando se sitúa ante un objeto antiguo, siente que el paso del tiempo lo ha impregnado de sus huellas, unas felices, y otras melancólicas cuando no trágicas. Las cosas como tales no hablan, pero una mirada aguda y penetrante puede encontrar mensajes que para la mayoría pasan inadvertidos; más que ocultos, invisibles
Pilar Aguarón Ezpeleta (Zaragoza, 1955) —dueña de esta mirada capaz de descubrir en lo más cotidiano pequeños sucesos que atan al lector al relato—, al escribir La casa de los arquillos, ha construido un edificio de líneas esenciales y limpias, que se nutre en buena parte de su sagacidad para descubrir esas historias que el paso del tiempo ha anotado en objetos inanimados, como si la vida, a pesar de ser un río que pasa y no se detiene, quisiera dejar noticia de su galope.
Como dice su contraportada, no es una novela, pero tampoco es un libro de relatos al uso. Aguarón ha encontrado un espacio a caballo entre ambos.
Cada cuento tienen lectura independiente y por sí mismo presenta una historia cerrada. Sin embargo, como ocurre con los collares de perlas, cada una de las peripecias ensamblada a la anterior y a la que le sigue, acaba por formar un todo que le convierte en un edificio formado por diez habitaciones, a las que se accede a través de un pequeño zaguán de espléndida factura y obligado paso.
Al contrario de lo que sucede con algunas novelas, en que de pronto se cuela otro relato casi independiente (lo que por otra parte aconseja que se haga, por ejemplo, el Nobel peruano Vargas Llosa, a imitación de lo que ya hizo Cervantes con el Quijote), la escritora zaragozana urde un mosaico en que cada tesela es imprescindible para la comprensión del conjunto. Así pues el hallazgo literario de Pilar Aguarón no está en el lenguaje, ni siquiera en el modo en que estructura cada relato, sino en la arquitectura completa de la obra. Compleja tarea para cualquier escritor, pues es casi imposible evitar que una de las historias se convierta en el vértice sobre el que gire el resto. Como ella lo sabe, no engaña al lector y lo pone sobre la pista de inmediato con el título, que avisa, no sólo de una rica casona de un pueblo turolense, sino de que nos encontraremos con muchas estancias, pero todas ellas enlazadas de algún modo: bien por los personajes, bien por los sucesos, bien por algún objeto que se transporte de un lugar a otro
Sin embargo, a este comentarista le parece que tales cuestiones formales no son las que más importan a la autora.
Ella, como ha hecho en cada uno de sus libros, es experta en bucear en los corazones de sus personajes para encontrar en cada uno el destello de luz que los humanice y los torne reales, palpitantes, a los ojos del lector. De tal modo que incluso los más repulsivos a priori siempre tienen un rincón de bondad o ternura o compasión.
Pilar sabe bien —no es una novedad de este volumen— que el ser humano es complejo y en pocas ocasiones es plano. Como buena pintora, sus pupilas son expertas en detectar las sombras y las luces sobre cada superficie.
En este libro predomina cierta melancolía en todos los personajes. Más aún que en otros de sus libros. Melancolía que se explica a la perfección porque la autora se centra en personas que han sufrido en algún momento de su existencia el dolor del desarraigo. A pesar de que el ser humano desde el inicio de su andadura por el planeta, se vio obligado a desplazarse de un lugar a otro, siente un apego especial al terruño donde nació, y verse obligado a transplantarse por la circunstancia que fuere a otra tierra produce una sombra lánguida en el ánimo de la que no es fácil desprenderse.
Es en los personajes, en donde se encuentra el lazo más fuerte que anuda cada relato, pues aparecen en un momento y una situación, para luego reaparecer en otra circunstancia bien distinta. En esta nueva entrega de Aguarón Ezpeleta asoma otra inquietud, de la que nos avisa con la cita de Borges escogida como orla: El olvido es la mejor venganza, y el mejor perdón. Aunque no es el protagonista, diríase que el libro es atravesado por un aire que aún trae hediondos efluvios de viejos o atávicos odios que provocaron tanto dolor, tanta sangre, tanta humillación y tanta injusticia; tantos y durante tanto tiempo que acaso sólo el olvido cancele sus efectos aniquiladores.
Pilar Aguarón tiene larga trayectoria en el ámbito del relato corto: no sólo cuenta con innumerables participaciones en libros colectivos, antologías y revistas, sino que ha publicado cinco libros individuales, es cofundadora (junto a Anabel Consejo y José Antonio Prades) del grupo 3d3, colectivo que además de tener tres títulos en su haber, organiza anualmente una la jornada SéBreve en que se realza este género. Podría afirmarse que, con sus compañeros de asociación, es militante, casi activista, en favor del relato corto en todas sus variedades y extensiones. Esta militancia, que nace de la fe inquebrantable en las bondades de este género, adquiere altas dosis de compromiso en este volumen que convendría no perder de vista, por los amantes de este tipo de narrativa, y por los amantes de toda narrativa honesta y comprometida con lo humano
La casa de los arquillos
Reseña
© Bárbara Fernández Esteban. Junio 2014. Puerto de la Cruz
La explicación de por qué La casa de los arquillos, de Pilar Aguaron, publicada por la Editorial La Fragua del Trovador, no es una novela al “uso”, es porque es una novela sugerida. Y ese es para mí, precisamente, uno de sus principales méritos. Explicaré lo que quiero decir con ello haciendo referencia al entorno en el que he leído la novela. Un entorno que necesariamente se presta a las sensaciones integradas: al color, al sonido, al sabor, a los olores de una casa, al tacto y finalmente al equilibrio. Exageraría si dijera que para leer La casa de los Arquillos haya que hacerlo en un entorno que excite los sentidos. Sí quiero subrayar que se comprende, que se revive mejor en un ambiente “impresionista”, porque los diez relatos que componen el libro, respecto a su conjunto, están escritos de la misma forma que se elabora una pintura con tal estilo. Historias, retazos reminiscentes, cambiantes e impredecibles en torno a un motivo conductor —una casa cargada de recuerdos, de dolor, de amores, de esperanzas y miserias, las de sus distintos personajes y protagonistas —, como pinceladas que expresan las ideas, insinúan las formas que no se perciben a simple vista, para que el ojo y la mente en una sensación constructora las saque de la bruma.
Pilar Aguaron ha pensado la memoria de La casa de los arquillos de una manera integradora y sintética. Escribir no significa poner algo junto a lo otro dejando abismos de nada, de vacío en los intermedios. La autora, con la maestría de quien sabe del todo a partir de lo específico, nos ha propuesto un discurso diverso, con un hilo conductor único sobre el sustrato que constituye el espacio (la casa) y el tiempo (la memoria). Transiciones dinámicas sobre ese cimiento que es lo que da unidad a la novela a través de sus diez relatos. Una novela insinuada con gran fuerza configuradora desde la imaginación. Otro gran acierto de la escritora zaragozana que lo hace fácil desde su oficio de pintora. No me refiero al color de las historias—negros y grises con destellos de esperanza y carmín—, a su obra pictórica que lamentablemente desconozco en demasía, sino a la parte literaria de La casa de los arquillos, donde su perspectiva no resulta bidimensional, como si se tratara de dos coordenadas cartesianas, el espacio y el tiempo a que anteriormente he hecho referencia, sino que va más allá. Pilar Aguaron no olvida, quizás por deformación profesional, la tercera dimensión de “La casa…”, que es su elemento más integrador, la simbiosis que produce con los personajes, arrastrándolos con ella, como parte de la misma, al amor, al odio, al éxito o al fracaso, a la envidia, al abandono, a la ira, a la guerra y al despropósito, a la existencia en definitiva para avocar en la destrucción como salida, pero no en el olvido. Un conjunto bien logrado para una novela magníficamente apuntada.
Con el libro entre las manos y el océano a mis espaldas, de cuyo azul me separaba el aroma y el color intemperante de las flores, era el rumor de las olas, arrastrándose cansinamente entre las rocas, el que ponía banda sonora a la novela de Pilar Aguaron, y a veces me recordaba el sonido de un chelo con ecos de Boccherini o el piano lento de Satie. Sin embargo, cuando la terminaba de leer en la penumbra de la terraza resguardada de un hotel tinerfeño, al atardecer de un día largo, cuando el sol alcanzaba casi el Trópico de Cáncer, sonaba a lo lejos la voz de un saxo tenor, y he descubierto con complacencia que Gato Barbieri, con una “milonga triste”, ponía punto final a un libro excelente. El placer de la lectura ha sido múltiple.
Pilar Aguarón Ezpeleta, escritora y pintora, que ya nos había hechizado con sus anteriores libros de relatos y novelas, nos sumerge en una novela con un ritmo de narrativa claro, sencillo y directo, que consta de un prefacio y diez capítulos o relatos independientes. Los protagonistas de estos episodios son dispares entre sí, pero tejen una historia en la que cada palabra, cada lugar, cada personaje, tiene una vinculación con la vida de los demás, donde el lector se adentra de forma consciente y apasionada. Los datos y sucesos importantes en el mundo entero, ponen pinceladas de realidad y poesía en la narración. Ha dedicado mucho tiempo a documentarse y a contrastar situaciones, lugares, personajes y avances científicos. El lector encontrará en éstas pocas páginas, desde la muerte de Kennedy o la llegada a la luna, hasta pasajes en los que hará expediciones al Polo Norte, para ver auroras boreales, o disfrutará de eclipses de sol en el pasado, en el presente, e incluso del futuro. En La casa de los arquillos, realizamos un viaje histórico y geográfico, un recorrido por los laberintos de los sentimientos del ser humano, ya que sus personajes son de carne y hueso, llenos de emociones, pletóricos de vida y maltratados, incluso, por esa vida que les toca vivir. También nos traslada en el tiempo, en la historia de España y de los españoles. Todo transcurre durante un siglo, un periodo de tiempo crucial y especial en nuestras vidas, bien por las vivencias propias o por la herencia familiar que estos hechos históricos nos dejaron. La historia se puede narrar desde cualquier pueblo de Aragón, con palabras que ya están casi en desuso en nuestra tierra y, al mismo tiempo, bailamos con canciones en francés, o escuchamos hablar a los habitantes de Buenos aíres Se ha dicho de esta historia que es una recopilación de relatos conexionados entre sí, se la ha comparado con La Colmena, de Camilo José Cela, y se la ha equiparado a un edificio con sus pisos. Pero será el lector quien opine y decida, porque La casa de los arquillos es un poco de todos esos comentarios y mucho más. El último capítulo destaca como el núcleo de la novela. Si la leyésemos desde el final hasta el principio nos resultaría igual de intrigante y apasionada, ya que está escrita de forma distinta a lo que estamos acostumbrados. En ella hay tanto oculto y sugerido, que cualquier lector querrá saber más, adentrarse en esas vidas, en esa época, en esas vivencias. Sólo me resta invitarles a viajar por todo el globo terráqueo, aunque haya desaparecido Cachemira. ¿Quieren saber cómo y cuándo? La respuesta está en La casa de los arquillos. enido va aquí
El mundo es un pañuelo. No quiero decir con esto que ya haya trotado todo lo que había que trotar y el mundo se me haya quedado pequeño, pues aunque hubiera recorrido todos y cada uno de los rincones de este planeta, estoy convencido de que no por andar dos veces por el mismo sitio, se hace el mismo camino. Y yo tengo siete vidas para recorrer siete veces cada uno de esos caminos. No, es mucho más que andar y conocer mundo. Es conocer o tener la posibilidad de acabar conociendo a cualquiera que habite sobre la faz de la tierra, el estar conectados entre nosotros a través de personas, que sin saberlo, tenemos en común. Si, somos nosotros quienes hacemos grande o pequeño este mundo, incluso sin necesidad de tener que recorrerlo de punta a punta. Si supierais cuantas veces me he encontrado con personas (o gatos, que la cabra tira al monte y yo, por supuesto, al tejado) que tenían a otras en común, viviendo en distintos lugares e incluso, en tiempos diferentes…pienso que al final Chesterton tenía razón y el mundo no es más que un pequeño e íntimo universo, a pesar de la grandeza del cosmos. Muchos millones de personas como para no tener nexos entre nosotros, imposible. Nada sucede al azar, nadie vive su vida sin que esta se cruce con otras tantas vidas. Nadie vive solo en un mundo tan pequeño como este nuestro, aunque nunca llegue a saber, lo mucho que le une a otros que jamás conocerá. “Pilar Aguarón Ezpeleta nos presenta un libro tan difícil de catalogar en un género, como fácil resulta dejarse atrapar por él; una novela corta compuesta por diez relatos que narran otras tantas historias, en un principio tan dispares unas de otras, para acabar llevándonos a través de una narración sencilla, elocuente y ausente de florituras, a una sucesión de vidas y vivencias entretejidas con hilos tan finos como resistentes, tanto, que ni el paso de los años puede acabar con esa unión invisible y desconocida por aquellos que formaron y forman, parte de ella. Escoger a un personaje como protagonista único es imposible. La señorita Matilde Villarrubia, su sirvienta Lucía, el trabajador y paciente Isidro, el emigrante Saturnino, el anticuario Zenón Tranzo o el implacable y duro Hermelo Seoane, todos y cada uno de ellos, junto al resto de personajes que componen la trama se erigen en protagonistas de sus vidas y secundarios de lujo en las vidas de los demás, creando esa Gran Historia compuesta de pequeñas historias que es La Casa de los arquillos; yo diría sin duda a equivocarme que esta, la casa, es la que al final se lleva el gato al agua y se convierte en la protagonista principal de la novela, casa que de una manera u otra, a lo largo de la historia, es el auténtico nexo y punto de convergencia para todos los personajes de la misma. La casa, testigo mudo del tiempo y caja de caudales de secretos, tesoro de piedra de sueños y recuerdos, de añoranzas, de tristezas y alegrías, de vidas y de muertes. Pilar Aguarón, nos narra una historia que parece pincelada sobre un lienzo, tan visual que los personajes parecen cuadros contándonos su historia a golpe de claroscuros y difusos trazos impresionistas. Una novela convertida en arte desde el momento en que su autora nos cuenta una historia escrita con pincel y oleos, y pinta con palabras la vida hecha retrato. Sencillamente, hermosa.” Contenido va aquí