LA CASITA DE MUÑECAS
©Pilar Aguarón Ezpeleta

El día en que mi hijita Nelia cumplía siete años mi esposa me pidió que fuera a comprar helados para la fiesta, pero yo preferí quedarme con Neli montando su enorme casa de muñecas.

Media hora después escuchamos un frenazo, un golpe seco y algunos gritos, fui a la ventana a mirar la calle y allí estaba tumbada sobre el asfalto como si estuviera dormida, en el pavimento había manchas de helado mezcladas con su sangre.

A partir de ese día me quedé completamente solo para cuidar de la niña, pero no supe hacerlo bien. Empecé a beber y a colocarme con todo lo que pillaba, perdí mi empleo y un juez pensó que la niña estaría mejor con la familia de mi mujer.

La noche que se llevaron a mi pequeña bebí demasiado y dicen que apuñalé a un hombre en un bar, no  recuerdo nada de aquella noche,  pero me detuvieron y me trajeron aquí, ya va para seis años.

En el taller paso muchas horas, estoy construyendo la más hermosa casa de muñecas que mi niña pudiera soñar, no tengo prisa, quiero que sea la mejor, a Neli le gustará.

La casita tiene una fachada de balcones, tres plantas, seis habitaciones amuebladas, un baño y la cocinita con un fogón de carbón y una despensa con aparadores, a la entrada le estoy haciendo un porche enrejado y debajo del tejado una buhardilla a la que se sube por una escalera de caracol.

Yo le escribo cada semana contándole como va su casita, pero no sé por qué siempre me devuelven las cartas sin abrir.

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