Afganistan: la crisis olvidada

Barnett R. Rubin
1996

Barnett R. Rubin es director del Center for Preventive Action, del Council on Foreign Relations, New York. Autor de los libros The Search for Peace in Afghanistan y The Fragmentation of Afghanistan, publicados por Yale UNiversity Press, New Haven aand London, 1996.
 
 

Traducción: Berna Wang
Revisión técnica de la traducción: Alberto Piris
Director del Observatorio de Conflictos:Mariano Aguirre


La versión original de este estudio de Barnett R. Rubin se elaboró en febrero de 1996, por encargo de WRITENET (UK), en virtud de contrato con el ACNUR, basándose en información, análisis y comentarios de carácter público. Este documento no es ni trata de ser exhaustirespecto a las condiciones del país investigado, ni concluyente en cuanto a los méritos de ninguna solicitud concreta de refugio o asilo. Las opiniones que se vierten en este estudio son las del autor y no reflejan necesariamente las del ACNUR. WRITENET es una red de investigadores y escritores sobre derechos humanos, migración forzada y conflictos étnicos y políticos. WRITENET es filial de Practical Management (UK). Se publica en el Observatorio de Conflictos del CIP con autorización del autor y de WRITENET.




Sumario

 
Resumen
Introducción
La formación del Estado en Afganistán
Afganistán en la guerra fría
El fracaso de la cooperación
El hundimiento del Estado
Las estructuras de partidos
El poder regional
Los alineamientos políticos tras el hundimiento de la Unión Soviética
El fracaso de una solución política
Las consecuencias humanitarias
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Resumen

En septiembre de 1996 el grupo fundamentalista radical de los Talibanes conquistó Kabul y la mayor parte del territorio de Afganistán. Desde 1993 este grupo luchó contra diversas milicias y, especialmente, contra la coalición que gobernaba en Kabul. La guerra entre diversas facciones de guerrilleros que en la década de los 80 combatieron a las fuerzas soviéticas ha destruido al país. Afganistán es un nítido ejemplo de los estados desintegrados y frágiles. Las instituciones no existen, el tráfico de armas y de droga ha sustituido a la economía, y una ideología religiosa fundamentalista -que impacta fundamentalmente sobre la mujer y los derechos humanos en general- se ha impuesto mediante la violencia. El trabajo de Barnett R. Rubin explica las claves de esta guerra, identifica a los actores, analiza las claves regionales, y muestra las consecuencias humanitarias.

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Introducción

Después de la invasión soviética de diciembre de 1979, Afganistán se convirtió en el primer productor del mundo de refugiados y desplazados. En el momento más crítico de la guerra, durante la década de 1980, en Pakistán vivían unos 3,5 millones de refugiados afganos y otros 2 millones en Irán; varios millares huyeron a la India, Europa (principalmente Alemania y Francia), EE.UU. y otros países. Además, se calcula que la guerra convirtió en desplazados internos a dos o tres millones de personas, agotando los escasos recursos de Kabul (cuya población pasó de 600.000 habitantes a más de 2 millones) y otras ciudades.

Tras la retirada soviética en febrero de 1989 y la caída del gobierno de Mohamed Nayibulá, respaldado por los soviéticos, en abril de 1992, los refugiados, sobre todo los procedentes de zonas rurales, comenzaron a regresar a sus casas. Aunque algunos retornos fueron espontáneos, otros recibieron la ayuda del ACNUR, que emprendió programas para la recompra de cartillas de racionamento de los refugiados afganos en Pakistán y para proporcionar dinero en efectivo y trigo a los retornados de Irán. Aun así, no hubo un proceso de repatriación organizado y supervisado formalmente como en Tayikistán, por ejemplo. En la actualidad, las autoridades calculan que aproximadamente un millón de afganos permanecen en Pakistán, y cerca de millón y medio en Irán.

Sin embargo, desde 1992 se han producido nuevos movimientos de población. Algunos funcionarios y simpatizantes del régimen de Nayibulá han huido a la India, Europa y a las antiguas repúblicas soviéticas, principalmente a Rusia, Uzbekistán y Tayikistán. Un número muy superior de personas han sido desplazadas por nuevos combates entre antiguos grupos de muyahidin (resistencia islámica) y fracciones del ejército del antiguo régimen, sobre todo en Kabul. En enero de 1995, unas 500.000 personas habían huido de Kabul hacia la zona de Yalalabad. Aunque algunas lograron entrar en Pakistán, que cerró sus principales pasos fronterizos el 12 de enero de 1994, la mayor parte se convirtió en desplazados internos. Se calcula que 115.000 personas regresaron a Kabul desde Yalalabad y otras 60.000 desde Pakistán cuando mejoró la seguridad, a partir de marzo de 1995, aunque puede que vuelvan a huir, ya que continúan los combates por el control de la capital.

Otras personas se han convertido en desplazadas a causa de las batallas intermitentes en torno a Kunduz, en el norte de Afganistán, donde fuerzas dirigidas por el general Abdul Rachid Dostúm, antes respaldadas por los soviéticos, con base en Mazar I Charif, atacan de forma esporádica al shura (consejo) de antiguas fuerzas muyahidin, apoyadas por el comandante militar de Kabul, Ahmed Masúd. Ahmed Masúd había surgido, durante la guerra, como principal comandante muyahid del noreste de Afganistán.

Kunduz y la región vecina también albergan a un resto de unos 20.000 refugiados llegados a causa de la guerra civil de 1992 en el vecino país septentrional de Afganistán, Tayikistán (los líderes de los refugiados afirman que el número total de refugiados que quedan de esa guerra son unos 40.000). Inicialmente, puede que hasta 100.000 refugiados de Tayikistán cruzaran los ríos Amu Daria y Panj para entrar en el norte de Afganistán. Algunos regresaron hacia zonas más seguras de Tayikistán, pero a principios de 1993, quedaban en Afganistán unos 60.000. Un programa del ACNUR de repatriación voluntaria bajo estrecha observación ha permitido el retorno de unos 40.000 de estos refugiados a sus hogares en Tayikistán, pero queda un número importante que permanece en las provincias de Balj, Kunduz y Tajar, principalmente en cuatro campamentos de refugiados.

Los movimientos de población dentro y fuera de Afganistán vienen siendo casi enteramente resultado de la inseguridad que engendra la guerra. Según informes, durante la ocupación soviética, algunos afganos huyeron como respuesta a los llamamientos de los predicadores islámicos, que les pidieron que emprendieran la héjira o emigración desde un territorio anteriormente islámico y actualmente controlado por "no creyentes", lo que confirió un significado religioso al acto de la huida. Sin embargo, la inmensa mayoría de los refugiados afganos de las zonas rurales huyeron de los ataques físicos contra sus aldeas, hogares, tierras y rebaños. Los que procedían de zonas urbanas hablaban de persecución política, detenciones y, en el caso de los varones, miedo a ser reclutados por la fuerza o presionados para unirse a las fuerzas gubernamentales apoyadas por los soviéticos. La deserción de las fuerzas gubernamentales fue otro motivo para huir al exilio. En las luchas entre facciones desde 1992, los intensos combates en Kabul hicieron que cientos de miles de personas huyeran a consecuencia de las batallas que destruyeron sus casas y mataron a sus familias.

El motivo principal por el que continúan en Afganistán las emigraciones internas y externas, es la destrucción de sus frágiles instituciones estatales y políticas. El país, gobernado de forma deficiente y débil, apenas pudo resistir la avalancha de armas modernas que las superpotencias repartieron a manos llenas y sin discriminación entre casi todos los grupos sociales y aspirantes a líderes durante la Guerra Fría, del mismo modo que hicieron los competidores regionales después. El país está dividido en un rompecabezas de regiones bajo el control más o menos inestable o despótico de diversas facciones en el poder,

Vale la pena señalar lo que no ha ocurrido: pese a la extrema pobreza y a las ocasionales alarmas de hambruna en ciertas zonas, no se ha producido ningún movimnto de población masivo dentro ni fuera de Afganistán como resultado de la escasez económica. Hay movimientos de mano de obra a Pakistán y a los países ricos en petróleo del Golfo. Aunque algunos de los refugiados en Irán y Pakistán parecen emigrantes económicos, las cifras de refugiados en Irán incluyen generalmente a los 600.000 afganos que trabajaban ahí antes de la guerra, así como a sus familias y descendientes. Algunos miembros de las clases medias se han dirigido también hacia Occidente en busca de una vida mejor.

Por otra parte, pese al carácter étnico de la guerra, en la que cada una de las principales fuerzas militares está integrada de forma predominante o exclusiva por miembros de un solo grupo étnico, ha habido pocos casos, si ha existido alguno, de desplazamiento forzoso por motivos étnicos. La ciudad de Kundaz sigue teniendo una población mixta de tayikos, pashtunos y uzbekos, y ello pese a que ha cambiado de manos varias veces en las batallas entre un shura local, principalmente tayiko-pashtún, y las fuerzas comunistas principalmente uzbekas con base en Mazar I Charif. La región de Herat, con predominio de hablantes de persa y donde un tercio de la población es chiíta, fue capturada en septiembre de 1995 por el movimiento Talibán, de sunitas acérrimos y pashtunos de Qandahar, pero no ha habido noticias de limpiezas étnicas o expulsiones. El regreso de los refugiados desde Irán a Herat se interrumpió, pero no parece que se hayan producido nuevos movimientos en sentido contrario. Por otra parte, los desplazados no necesitan huir a zonas étnicamente compatibles para hallar seguridad: los habitantes de Kabul, casi todos de etnia tayika, huyeron por centenares de miles a la provincia de Nangarhar (alrededor de Yalalabad), predominantemente pashtún. Se quejaban de haberse convertido en víctimas de todos los grupos de Kabul, incluyendo a los de predominancia tayika, y las autoridades locales les proporcionaron acogida y asistencia. La principal excepción a esta norma parece haber sido los intensos combates entre diversas milicias sunitas (tayikos y pashtunos) y chiítas (principalmente hazaras) en Kabul, donde algunos barrios sufrieron, de hecho, limpiezas étnicas. Aun así, esto sigue siendo una excepción y no la norma.

Aunque puede que la situación cambie, hay un factor importante en contra de que así suceda. En los Balcanes, por ejemplo, las diferencias étnicas coinciden con las religiosas. De hecho, bajo el sistema del millet otomano, un grupo sólo podía definirse como portador de una identidad diferenciada si tenía una organización religiosa diferenciada, lo que llevó a la constitución, por ejemplo, de diferentes patriarcados búlgaros, macedonios y griegos. Las diferencias en las creencias trascendentales refuerzan, por tanto, las divisiones étnicas. En Afganistán, sin embargo, los grupos etno-lingüísticos comparten una misma religión que predica la unidad de todos los creyentes. Los conflictos étnicos surgen de la estructura social y generan el resentimiento étnico, pero es difícil legitimar dicho resentimiento y transformarlo en una ideología. De ahí que la política étnica tienda a seguir siendo fluida y oportunista y no pueda elevarse a un principio rígido (la relaciones de los sunitas con los chiítas son la principal excepción). Este es un importante recurso para la reintegración y la reubicación, si finalmente la guerra se apacigua. A diferencia de la antigua Yugoslavia, casi todos los refugiados y desplazados en Afganistán podrían regresar a sus hogares sin miedo a la persecución o a las represalias de sus vecinos o de las autoridades, si es que hubiera alguna. Los principales obstáculos para ese regreso son la continuación de la guerra, una economía y una infraestructura devastadas y, en algunas zonas, la existencia generalizada de minas terrestres.

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La formación del Estado en Afganistán

Afganistán se creó formalmente como Estado después de la segunda guerra anglo-afgana (1878-1880), para hacer de amortiguador entre los imperios británico y ruso. La competencia entre ambos imperios dio lugar a dos guerras anglo-afganas y a numerosas escaramuzas menores, y la consolidación de Afganistán como estado tampón bajo la protección británica puso fin a estos enfrentamientos. Después de la segunda guerra anglo-afgana, los británicos obligaron al emir Abdul Rahman Jan de Afganistán a dirigir toda la política exterior a través del gobierno británico de la India.

Tanto Gran Bretaña como Afganistán acordaron no ampliar su administración hasta lo que se convirtió en los territorios de las tribus pashtunos de la frontera afgana; la línea que señalaba los límites de la administración de Amir se conocía con el nombre de Línea Durand, por sir Mortimer Durand que fue quien la demarcó. Aunque Gran Bretaña y su sucesor, Pakistán, reclamaron la soberanía de estos territorios, reclamaciones que no reconoció ningún gobierno afgano, éstos constituyeron una especie de zona de amortiguación entre la India británica (más tarde Paquistán) y Afganistán. Todos estas interpretaciones se consolidaron en la Convención Anglo-Rusa sobre Persia, Afganistán y Tibet de 1907.

Convertir Afganistán en un estado amortiguador exigía algo más que trazar sus fronteras; había que consolidar un gobierno que pudiera controlar territorios y fronteras. Desde 1747, diversas ramas de los pashtunos Durraníes habían creado una dinastía de poder variable, cuya capital fue primero Kandahar, y más tarde Kabul, y con una rama poderosa y a menudo independiente en Herat. Tras la primera guerra anglo-afgana, todos los gobernantes afganos fueron del clan mohamedzai de la tribu barakzai de pashutunos durraníes.

Tras la segunda guerra anglo-afgana (1878-1880), Gran Bretaña trató de crear una monarquía fuerte en Afganistán. Las armas y fondos que proporcionó al emir Abdul Rahman Jan (1880-1901) permitieron que el gobernante erigiera una especie de estado absolutista, aplastara más de 40 rebeliones de las fuerzas republicanas de las tribus locales y creara una brutal policía secreta. La estructura de estado básica que construyó - un gobernante pashtún que englobaba a diversas estructuras sociales locales con una burocracia y un ejército teóricamente centralizados, y respaldado por la ayuda exterior por motivos estratégicos - permaneció en su mayor parte hasta 1992.

A partir de 1919, el nieto de emir, el rey Amanulah Jan, declaró la independencia y perdió el apoyo británico. Su fracaso a la hora de encontrar una fuente alternativa de ingresos y de ayuda militar le dejó inerme cuando las tribus y movimientos religiosos se movilizaron contra sus esfuerzos para construir un estado en 1928. Tras un interregno de nueve meses durante el que país fue gobernado por un bandido social tayiko, en 1929, los británicos apoyaron la creación de una nueva dinastía, con uno de los antiguos generales de Amanulah, Nadir. Nadir cayó asesinado en 1933 y le sucedió su hijo Zahír , de 19 años, que gobernó hasta 1973.

Durante la Guerra Fría, las grandes potencias apoyaron la continuidad del estado de Afganistán y proporcionaron a sus elites sus respectivas ideologías, modelos organizativos y recursos económicos y coactivos. La ruptura de decenios de cooperación entre las superpotencias en la década de 1970 provocó el estallido de la guerra. Las negociaciones para poner fin a la guerra en el siguiente decenio intentaron reinstaurar la cooperación precisamente sobre los movimientos de recursos de poder que primero levantaron y después destruyeron el estado afgano. El hundimiento de los restos de las instituciones estatales (sobre todo del ejército) tras la disolución de la Unión Soviética dejó en Afganistán un rompecabezas regional de semiautoridades armadas, sin instituciones nacionales ni bases para la legitimidad política.

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Afganistan en la guerra fría: cambios en las relaciones Sociedad-Estado

La Guerra Fría ofreció nuevas oportunidades a los gobernantes de Afganistán. Durante la década de 1950, el primer ministro Daúd, primo del rey, explotó el renovado papel del país como amortiguador, ahora entre la URSS y el Pacto de Bagdad apoyado por EE UU (más tarde CENTO), para crear un aparato de estado expandido con la ayuda exterior de los dos antagonistas de la Guerra Fría. Inició programas de construcción de carreteras y escuelas, así como proyectos de desarrollo. Todo ello aumentó tanto la movilidad de las personas como de los productos.

La Unión Soviética, vecino septentrional de Afganistán, se convirtió en el principal proveedor de ayuda, especialmente patrocinando el reclutamiento y equipamiento de un ejército de 100.000 hombres. Desde 1956 hasta 1978, la URSS proporcionó a Afganistán 1.265 millones de dólares en ayuda económica y aproximadamente 1.250 millones de dólares de ayuda militar, mientras EE.UU. proporcionaba 533 millones de dólares de ayuda económica.

Afganistán, como país no alineado, había recurrido a la URSS para obtener ayuda militar después de que EE.UU. se hubiera negado a considerar dicha ayuda. Por su parte, EE.UU. había reclutado al nuevo vecino de Afganistán, Pakistán, para que formara parte tanto de la CENTO como de la Organización del Tratado del Sureste Asiático (OTSEA). Pakistán y Afganistán tuvieron un agrio conflicto sobre "Pashtunistán", como llamaba el gobierno afgano a las zonas del norte de Pakistán habitadas por los pashtunos, que, según alegaba, debían gozar del derecho a la autodeterminación

Los gobernantes de Afganistán explotaron su posición para convertirlo en una especie de estado rentista o de reparto, que financió más del 40 por ciento de los gastos anuales del estado desde 1958 hasta 1968, y de nuevo desde mediados de la década de 1970 con "ingresos devengados directamente en el extranjero". Estos ingresos incluían tanto la ayuda externa como las ventas de gas natural a la URSS, que comenzaron en 1968 y permitieron que los dirigentes del estado ampliaran el aparato del estado bajo su control sin tener que negociar con sus ciudadanos ni responder ante ellos. En lugar de tratar de penetrar en el medio rural y gobernarlo, el estado afgano siguió una estrategia de "cobertura total" en la que englobaron las instituciones locales con una administración que se superponía a la sociedad existente, a la que intentaba perturbar lo menos posible.

La elite del estado no gobernaba a los habitantes de Afganistán representándolos y manejando los conflictos entre ellos. Tampoco había movilizado a las redes de clientelismo en una organización nacional para luchar políticamente contra el colonialismo (como ocurrió en la India, Tunicia y otros países). El emir Abdul Rahman Jan había dedicado sus esfuerzos a aplastar, no a institucionalizar, a las coaliciones de tribus que habían derrotado a los británicos durante las guerras anglo-afganas. Los gobernantes convocaban periódicamente asambleas denominadas Loya Yirga, Gran Asamblea en idioma pashtún. Aunque este órgano evocaba las tradiciones del republicanismo tribal, casi siempre estaban integrados por representantes previamente designados que sancionaban los decretos del gobernante. Unas pocas excepciones mostraron que la institución tenía potencial para convertirse en un órgano auténticamente representantivo, pero por lo general demostró la dispersión, y no la continuidad del poder, de las tribus. En lugar de integrar los diversos sectores de la población en un sistema político nacional común, la elite del estado actuó como una jerarquía étnicamente estratificada de intermediarios entre las potencias extranjeras que proporcionaban los recursos y los grupos que recibían la generosidad del mecenazgo. La consiguiente fragmentación política tanto de la población como de la elite hizo que la clase privilegiada del antiguo régimen no tuviera una base política ni organizativa desde la cual resistir a quienes le arrebataron el poder. La estructura del antiguo régimen de Afganistán impuso un modelo de estratificación étnica sobre las sociedades locales fragmentadas y diversas. Esta estratificación definió la relación de varios grupos con el estado, aunque los sistemas locales de identidad y relaciones étnicas diferían de la que definía el propio estado. La región montañosa del país, con escasas carreteras y sin ferrocarril, se dividió también en regiones distintas con diferentes composiciones étnicas.

El jefe del estado (rey hasta 1973; presidente desde 1973 hasta 1978) era miembro del clan mohamedzai de la tribu barakzai de la confederación durraní, uno de los tres grupos principales de tribus pashtunas. El estado afirmaba representar la identidad nacional de los pashtunos (aproximadamente el 40-45 por ciento de la población). En realidad, la palabra "afgano" era originalmente la palabra persa para pashtún, y "Afganistán", el territorio de los pashtunos. En la década de 1920, la primera constitución del país definía "afgano" como todo ciudadano del estado, pero el término sigue conservando su significado étnico en el habla popular. La religión oficial del estado era el islam sunita. Aunque el clan real provenía de Kandahar, la capital del estado era la ciudad de Kabul, predominantemente de habla persa. El clan real ocupaba la cúspide de la jerarquía étnica. Por debajo de él, estaban los demás pashtunos, con cierta preferencia por los durraníes. Los chiítas (alrededor del 15 por ciento de la población), la mayor parte de los cuales pertenecían al grupo étnico hazara, ocupaban la base de la jerarquía social. Entre los pashtunos y los hazaras estaban los demás grupos étnicos predominantemente sunitas. De entre ellos, los tayikos, sunitas de habla persa del noreste y del oeste, eran los socios menores de los pashtunos en el gobierno del país. Entre los grupos de categoría intermedia figuraban los hablantes de turki del norte, en su mayoría uzbekos.

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El fracaso de la cooperación

La formación del estado, financiada por la ayuda externa, produjo una expansión del estado y engendró nuevas relaciones entre el estado y la sociedad. Zahír promulgó una nueva constitución con un parlamento elegido y con carácter consultivo en 1964. Hasta 1973, Afganistán gozó de una forma de gobierno constitucional conocida como "Nueva Democracia". El gobierno convocó dos elecciones nacionales. Aunque no se permitió que concurrieran en ellas los partidos políticos, diversas facciones de la elite intelectual que se había desarrollado a partir de la ampliación del sistema educativo del estado comenzaron a organizarse políticamente, creando movimientos nacionalistas, comunistas e islámicos con diferentes vínculos con el sistema internacional. Aunque el estado dependía cada vez más de la elite intelectual para dirigir una burocracia en expansión y dotar de personal a un ejército creciente, carecía de poder político y de cauces de participación institucionalizados, y se dividió en diferentes ideologías y modelos foráneos.

Hasta mediados de la década de 1970, EE.UU. y la URSS compitieron por influir en un régimen que ambos apoyaban, en lugar de respaldar a las facciones políticas que trataban de sustituirlo. En 1973, sin embargo, Daúd derrocó a su primo Zahír en un golpe de estado, abolió la monarquía y se proclamó presidente. Ambas superpotencias, así como los estados de la región, temieron que la abolición de la monarquía sin la institucionalización de un sistema político alternativo provocara una crisis de sucesión en el futuro. Esta crisis era, sin embargo, más difícil de contener debido a que los intereses y percepciones ideológicas opuestas de lo que constituían acuerdos equitativos habían provocado la ruptura de la détente entre las superpotencias en varias zonas del Tercer Mundo. En el suroeste de Asia, el Sha de Irán asumió el papel de representante de los intereses de EE.UU. y trató de utilizar su riqueza en petróleo para arrastar a Afganistán hacia una agrupación regional bajo su liderazgo. Lo que EE.UU. e Irán consideraban una maniobra legítima para influir en interés de la estabilidad, la Unión Soviética lo percibió como una amenaza. Las crecientes tensiones afectaron a las actitudes de las potencias extranjeras hacia las fuerzas políticas internas de Afganistán. Tanto la URSS como Pakistán, este último con el apoyo de EE.UU., aumentaron su ayuda a los grupos políticos que se oponían al régimen afgano, los comunistas y los movimientos islámicos, respectivamente.

La principal organización comunista de orientación soviética en Afganistán era el Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (PDPA), fundado en 1965. En 1967, el partido se dividió en dos facciones: el Jalqu (el Pueblo), encabezada por Nur Mohamed Taraki y Hafizulah Amin, y el Parcham (el Estandarte), encabezada por Babrak Karmal. El Parcham y el Jalqu eran grupos políticos y sociales distintos. Aunque los miembros del primero procedían de las capas medias y superiores de la elite urbana, muchos de los cuales eran de habla persa, el grupo incluía también a muchos pashtunos, en su mayor parte urbanizados o de categoría social relativamente alta (aunque no la más alta), el Jalqu atrajo a personas de origen rural que habían accedido recientemente a la cultura, principalmente de las tribus pashtunas de orígenes más humildes. Muchos de los líderes de ambos grupos habían estudiado o recibido formación militar en la URSS, y los soviéticos presionaron a las facciones para que se reunificaran en 1977.

A partir de 1965, un movimiento islámico fue ganando influencia entre estudiantes y profesores de la Universidad de Kabul. En 1973, el movimiento formó un shura (consejo) de dirección. Burhanudin Rabani, profesor de la facultad de sharia (ley islámica) de la Universidad de Kabul, fue elegido presidente del consejo, que escogió el nombre de Jamiat i Islamic (Sociedad Islámica) para el movimiento. El vicepresidente era otro profesor, 'Abd al Rab al Rasul Saiaf. El principal líder estudiantil era Gulbudin Hikmatiar, alumno de la Facultad de Ingeniería. Estos tres hombres dirigieron posteriormente los principales partidos islamistas sunitas.

El golpe de estado de Mohamed Daúd contra Zahír supuso la primera vez que se derrocaba a un gobierno en Afganistán, no por un alzamiento tribal de base rural, sino por oficiales militares profesionales. Estos oficiales, educados en la Unión Soviética, algunos de ellos miembros o simpatizantes del Parcham, formaban parte de la primera generación de afganos que había tenido acceso a la educación. El golpe de estado fue, así pues, la señal de la entrada en la arena política de un grupo antes sin poder, creado por la construcción del estado gracias a la ayuda extranjera. Era la misma nueva elite que encabezaba la oposición islámica.

Daúd se movió con rapidez para reprimir el movimiento islámico. Algunos de sus dirigentes fueron detenidos y el resto huyó a Pechavar, capital de la provincia de la Frontera del Noroeste de Pakistán, predominantemente pashtuna, donde recibieron ayuda del gobierno paquistaní. Este, encabezado por el primer ministro Zufiqar Ali Bhuto, no simpatizaba con la ideología de los islamistas, pero deseaba utilizar los movimientos de esta naturaleza para presionar a Daúd sobre la cuestión del Pashtunistán. Así comenzó una pauta que persiste hasta la actualidad, en la que Pakistán utiliza a los movimientos islámicos de Afganistán para presionar a las autoridades de Kabul o como medio de tratar de instaurar un gobierno más afín. El movimiento en el exilio colaboraba estrechamente con el partido islamista paquistaní, Yamaat i Islami, que entregaba la ayuda de la Liga Mundial Musulmana (Rabitat al Alam al Islami, o Rabita). En 1975, Pakistán se apoyó en los exiliados islamistas para provocar un breve alzamiento en varias zonas de Afganistán.

Tras el fracaso de este alzamiento, el movimiento islámico se dividió en la Yamaat i Islami, que seguía dirigido por Buhanudin Rabani (al que finalmente se unió Ahmed Masud) y el Hizb i Islami (Partido Islámico), dirigido por Gulbudin Hikmatiar. Ambos grupos estaban integrados por personas de origen rural que habían accedido recientemente a la educación. Los cuadros de la Yamaat eran en su gran mayoría varones jóvenes como Ahmed Masúd, tayikos con una educación laica procedentes del nordeste de Afganistán. El Hizb, la más radical de las dos facciones, atrajo principalmente a los pashtunos de educación laica de fuera del sistema social tribal. Ninguna de las facciones era étnicamente homogénea, y todas negaban (y siguen negando) que la etnicidad desempeñe un papel en su política. Sin embargo, el pachto era la lengua principal en el Hizb y en el Jalqu, mientras que el persa lo era en el Parcham y la Yamaat. Ciertos grupos étnicos quedaron excluidos de estas facciones. Los pachtunos durraníes de Kandahar tendían a apoyar al régimen de la monarquía y, salvo algunas familias aristocráticas, apenas tenían presencia en las instituciones modernas de educación superior de donde reclutaban adeptos las nuevas organizaciones. Los uzbekos participaban poco en la política nacional. Y la juventud hazara radical se unió a organizaciones maoístas o a otras de carácter islamista chiíta.

En 1978, un PDPA débilmente reunificado tomó el poder tras un golpe de estado militar en el que murió Daúd, y estableció la República Democrática de Afganistán (RDA), que pasó a depender exclusivamente de la ayuda soviética. Lejos de estabilizar el país, el régimen del PDPA lo fragmentó internamente y su política revolucionaria inició el proceso de destrucción de las instituciones del estado creadas en el siglo pasado. En unos meses, los jalquis expulsaron a los parchamis y anunciaron un programa revolucionario que trataron de imponer por la fuerza. Comenzaron a detener, torturar y ejecutar a sus enemigos, tanto reales como supuestos. Estas persecuciones provocaron las primeras oleadas importantes de refugiados hacia las zonas pachtunas del vecino Pakistán.

En respuesta a las políticas jalquis, estallaron rebeliones en varias partes del país, aunque generalmente sin ningún vínculo con los grupos políticos nacionales. Estas rebeliones estaban dirigidas en su mayor parte por líderes religiosos o sociales locales; algunas fueron iniciadas por militantes islamistas que regresaban a sus zonas de procedencia o encabezaban motines en sus unidades militares. Algunos lograron obtener armas de Pakistán, bien de los mercados en los territorios tribales, bien de los islamistas, varios millares de los cuales habían recibido mientras tanto entrenamiento militar en Pakistán.

Los islamistas declararon una yihad contra los comunistas desde su exilio en Pakistán. Pronto se les sumaron representantes del clero conservador y las elites del antiguo régimen, aunque por regla general, los ex altos funcionarios del estado huyeron a Occidente. Decenas de líderes exiliados competían para formar organizaciones de resistencia en Pechavar. Uno de los legados del antiguo régimen era una sociedad política y social fragmentada, por lo que ninguna organización, salvo las islamistas, con la ayuda de Pakistán, estaba preparada para entrar en campaña.

En febrero de 1979, el Sha de Irán, principal pilar de la política de seguridad occidental en el Golfo Pérsico, fue derrocado por la revolución islámica. En marzo de 1979, oficiales del ejército encabezados por el capitán Ismail Jan, miembro de la Yamaat, ocuparon la guarnición y la ciudad de Herat durante varios días, dando muerte a los asesores soviéticos. El ejército y la administración parecían dirigirse al colapso. El gobierno de la Unión Soviética esperaba una enérgica reacción de Washington ante los acontecimentos en Irán, como un intento de instalar un gobierno pro islámico en Kabul con ayuda de Pakistán y para anticiparse a ella, realizó un acto de agresión defensivo: en diciembre de 1979, envió un "contingente limitado" de tropas para tomar el control de Afganistáns.

Las tropas soviéticas consolidaron su control sobre la capital cuando sus servicios secretos, el KGB, capturaron el gobierno afgano de manos del poco fiable y brutal líder jalqui, Hafizulah Amin, que fue asesinado. La Unión Soviética utilizó su presencia militar para obligar al partido a que se reunificara y elaborara un nuevo programa de gobierno. En 1981, la presencia de tropas soviéticas se estabilizó en torno a los 105.000 efectivos. Las tropas soviéticas y el régimen al que protegían llevaron a cabo una represión masiva, que incluyó la tortura sistemática de miles de detenidos a manos de la policía secreta, el Jat, dirigida por Mohamed Nayibulá, y el bombardeo indiscriminado de zonas rurales. Estas medidas provocaron un movimiento masivo de refugiados hacia Pakistán e Irán a principios de la década de 1980.

Resulta notable que ambas superpotencias invirtieran muchos más recursos en el conflicto de Afganistán que los que dedicaron a la cooperación para el desarrollo. La intervención costó a la Unión Soviética unos 5.000 millones de dólares al año, frente a un total de aproximadamente 2.500 millones de dólares de ayuda entregada en los 25 años anteriores. Sus gastos anuales fueron, por tanto, unas 50 veces superiores.

La ayuda estadounidense a la resistencia islámica antisoviética comenzó con unos 30 millones de dólares en 1980, que ya superaba la media de 20 millones de dólares al año en ayuda entregada a Afganistán durante los 25 años anteriores. Arabia Saudí y otras fuentes árabes igualaron como mínimo la ayuda estadounidense, que aumentó a cerca de 50 millones de dólares en 1981 y 1982. Con la administración Reagan, esta cantidad pasó a ser de 80 millones de dólares en 1983, 120 millones en 1984 y 250 millones en 1985. El presupuesto estadounidense de ayuda a los muyahidin, aún igualada por las aportaciones de Arabia Saudí, alcanzó los 470 millones de dólares en 1986 y los 630 millones en 1987, nivel que continuó hasta 1989.

A partir de septiembre de 1986, EE.UU. también proporcionó a los muyahidin centenares de misiles antiaéreos Stinger, portátiles y guiados por láser, la primera vez que se distribuyó esta arma ultramoderna fuera de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Durante el periodo comprendido entre 1986 y 1989, el total de la ayuda que recibieron los muyahidin de todas las fuentes superó los 1.000 millones de dólares anuales.Al igual que el gasto soviético, esta cantidad era también aproximadamente 50 veces superior al gasto anual medio de EE.UU. en ayuda a Afganistán durante el periodo 1955-1978.

Los acuerdos cooperativos de seguridad entre grandes potencias que habían perseguido de forma fluctuante la consolidación de un estado afgano desde el final de la segunda guerra anglo-afgana se habían roto por completo, y las dos superpotencias, ocupadas en el intenso final de la Guerra Fría, hicieron llover armas modernas y cantidades masivas de ayuda sobre todas las redes sociales que pudieron reclutar. La entrada de armas dio poder a las nuevas elites sin permitir que ninguna de ellas alcanzara la consolidación o el dominio. La ruptura de la cooperación internacional hizo inevitable la ruptura del estado. La consiguiente ruptura de la seguridad envió a casi la mitad de la población de Afganistán a la senda del exilio o del desplazamiento interno.

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El hundimiento del Estado y los nuevos centros de poder

El progresivo hundimiento de la administración del estado en diversas regiones de Afganistán permitió el establecimiento de nuevas formas de poder en el medio rural. Las diferentes elites políticas competían por el liderazgo de la yihad y por el control de los recursos externos (armas y dinero) que llegaban a los combatientes. Los propietarios de tierras y burócratas favorecidos por el régimen monárquico y a quienes muchos consideraban los líderes tradicionales y legítimos de la sociedad afgana, perdieron poder ante las nuevas elites que la guerra promovía.

Los partidos políticos afganos en el exilio radicados en Pakistán (de la mayoría sunita) y en Irán (de la minoría chiíta) actuaron como intermediarios entre los jefes militares en Afganistán y los servicios de inteligencia extranjeros que proporcionaban la ayuda. Las estructuras políticas y militares de la resistencia estaban compuestas por redes sociales poco firmes, fortalecidas por las entradas de ayuda y sometidas al cambio y al realineamiento en función del flujo y reflujo de dichas ayudas.

El gobierno fue pareciéndose cada vez más a la resistencia en su organización. El ejército afgano, destrozado por sucesivas purgas, motines, deserciones y luchas internas, nunca recuperó la fuerza que tenía antes de 1978. Tras la retirada de las tropas soviéticas en febrero de 1989, el gobierno recurrió cada vez más a los grupos paramilitares (las milicias) y menos a las tropas regulares para desempeñar funciones clave, como la vigilancia de la carretera que va desde Kabul hasta la URSS y, por tanto, la entrada de ayuda de la que dependía el gobierno. Dado que la carretera nace en Uzbekistán y se introduce en territorio afgano, en su mayor parte de la etnia uzbeka, el gobierno creó una gran milicia uzbeka, dirigida por Abdul Rashid Dostúm, para realizar esta tarea.

Las nuevas estructuras de poder incluían a los partidos políticos, en el exilio o en Kabul, y en unidades con base en unidades sociales étnicas tribales o regionales de diversas partes del territorio afgano. En el presente apartado, se analizarán en primer lugar las unidades de partido y después las estructuras regionales de poder que surgieron tras la caída de Mohamed Nayibulá en 1992. El siguiente apartado (6. Los alineamientos políticos después de la desintegración soviética) se ocupará de los cambios en el alineamiento de las fuerzas políticas y la aparición de una fuerza nueva, el Talibán, a partir de 1992. Estos acontecimientos se debieron en gran parte al nuevo entorno internacional, tras el final de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética.

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Las estructuras de partido

El Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (PDPA), que cambió su nombre en 1988 para denominarse Partido Uatan (Patria), siguió controlando lo que quedaba del aparato del estado, la capital y los centros regionales (algunos más que otros). En mayo de 1986, la Unión Soviética sustituyó al secretario general Babrak Karmal por el jefe de la policía secreta Mohamed Nayibulá. En noviembre de 1987, éste se convirtió también en presidente de la rebautizada República de Afganistán. El partido siguió dividido por los conflictos faccionales y, de forma creciente, étnicos, que salieron a la superficie en un fallido golpe de estado del Ministro de Defensa jalqui en marzo de 1990. Nayibulá equilibró el cuerpo de oficiales del ejército, dominado por pachtunos y jalquis con una Guardia Presidencial reclutada en Kabul y entre las milicias en su mayor parte no pachtunas del norte de Afganistán. Este equilibrio fue posible sólo en tanto Nayibulá siguió controlando el conducto de las entradas de ayuda soviética. Cuando éstas cesaron, el partido y el ejército se disolvieron. Las milicias del norte no pachtunas, dirigidas por Abdul Rashid Dostúm, se constituyeron en una nueva organización, el Yunbish i Milli yi Islami (Movimiento Islámico Nacional), en el que militan muchos antiguos miembros del Parcham.

Los partidos políticos muyahidin estan integrados por organizaciones (tanzims) reconocidas por sus países de origen, Pakistán e Irán. Los partidos nacionalistas laicos no hallaron apoyo exterior y, por tanto, acabaron desapareciendo. Pakistán reconocía a siete partidos sunitas. Tres de ellos tienen su origen en el movimiento islamista de la Universidad de Kabul y son los siguientes:

Hizb i Islami (Partido Islámico), dirigido por Gulbudin Hikmatiar; éste era el partido islamista más radical, predominantemente pachtún, y el más favorecido por el ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes, así como por el partido islamista paquistaní, el Yamaat i Islami. El Hizb controlaba poco territorio en Afganistán, aunque tenía fuerzas en todas las zonas sunitas, pero tenía milicias relativamente bien organizadas en las zonas de refugiados de Pakistán. Tras la retirada de la Unión Soviética, muchos jalquis gravitaron hacia este partido. Después de su derrota por los talibanes en febrero de 1995, dejó de ser una fuerza militar importante. En junio de 1996, sin embargo, Hikmatiar se incorporó al gobierno del presidente Rabani como primer ministro.

Yamaat i Islami (Sociedad Islámica), dirigida por Burhanudin Rabani; partido islamista predominatemente tayiko, que desarrolló un marcado carácter étnico como partido dominante de las zonas de habla persa del noreste y oeste de Afganistán. Tras la retirada de la Unión Soviética, algunos miembros no pachtunos del Parcham trataron de asegurar su futuro aliándose con este partido. Recibió un apoyo importante de Pakistán, si bien concedido en ocasiones a regañadientes. Algunos comandantes (sobre todo Masúd) recibieron importantes ayudas estadounidenses en 1990-1991. Este partido controla en la actualidad Kabul y el noreste de Afganistán. Uno de sus comandantes, Ismail Jan, controlaba Herat y el Afganistán occidental, pero fue derrotado por los talibanes en septiembre de 1995.

Itihad i Islami (Unidad Islámica), dirigida por Abdul Rab al Rasul Saiaf, carecía de redes sociales fuertes, pero muchos jefes militares proclamaron cierta lealtad a ella debido a sus ingentes recursos en dinero y armas. Este partido está en la actualidad aliado con la Yamaat, pero controla pocos territorios en el interior de Afganistán. Su líder es pachtuno, pero su imagen es más sectaria que étnica. Algunos de sus antiguos jefes (ulemas) desempeñan funciones importantes en el movimiento talibán.

Un partido combinaba elementos del movimiento islámico con una base de poder más tradicional:

Hizb i Islami, dirigido por Maulaui Yunus Jalis. Jalis, mulá de educación tradicional del Afganistán oriental (Nangarhar), se alió con los islamistas en contra del presidente Daúd, pero más tarde creó su propio grupo disidente de Hizb i Islami. Su partido estaba integrado por una alianza entre mulás combatientes carismáticos de Afganistán oriental, y clanes y tribus pachtunas (sobre todo los Yabarjel, Jugiani y Yadran) de Afganistán oriental. Sus comandantes dominan el shura de Yalalabad, más por su peso tribal como líderes de los Yabarjel y los Jugiani que por el partido. Los jefes del partido en otros lugares de las zonas pachtunas han sido absorbidos en su mayor parte dentro del movimiento talibán.

 Tres partidos representaban los elementos religiosos conservadores del antiguo régimen:

El Frente Islámico Nacional de Afganistán (FINA, Mahaz i Mili yi Islami), dirigido por Said Ahmed Gailani, el pir (líder espiritual) de la orden sufí Quadiri en Afganistán, era el más liberal y el más próximo al antiguo régimen monárquico de entre todos los partidos. Tenía seguidores entre las tribus pachtunas de Kandahar y Afganistán oriental, sobre todo entre las tribus seguidoras del pir. Los miembros de la elite administrativa e intelectual del antiguo régimen que se quedaron con la resistencia en Pakistán tendieron a afiliarse a este partido. No tenía un fuerte apoyo exterior. Algunos de sus comandantes siguen activos en Afganistán Oriental, y los negociadores consultan con su líder, pero su poder sobre el terreno es escaso. Podría desempeñar una función como conducto para llegar hasta Zahír en el improbable caso de que éste tenga un papel en un acuerdo político.

 El Yabha yi Nijat i Mili (Frente de Salvación Nacional) está encabezado por Hazrat Sibgatulah Hazrat Muyadidi. Muyadidi, aunque no es un pir, era el superviviente de más edad de la familia de líderes espirituales de la orden sufí Nacchbandi en Afganistán. Pese a la importancia que tuvo su familia, el partido apenas tenía presencia militar en Afganistán y escaso apoyo del exterior. La combinación de un líder conocido con la ausencia de poder real, hizo que Hazrat Muyadidi fuera un destacado candidato a encabezar coaliciones sin poder o gobiernos provisionales, papeles que buscaba con avidez y desempeñó en reiteradas ocasiones. En la actualidad trata de ejercer la función de líder de una coalición anti Yamaat, aunque tampoco es probable que desempeñe un papel significativo. Su partido no tiene una presencia efectiva en el terreno.

Harakat i Inquilab i Islami (Movimiento de la Revolución Islámica), dirigido por Mavlavi Mohamed Nabi Mohamedi; pese a su nombre, era un partido conservador de clérigos tradicionalistas, encabezado por uno de ellos. Mavlavi Mohamedi era el jefe de una madrasa de la provincia de Logar, y había surgido como portavoz de los ulemas con la Nueva Democracia. Su partido abarcaba al principio todos los grupos étnicos, pero de forma gradual se hizo más pachtún a medida que sus seguidores tayikos gravitaban hacia la Yamaat. Recibía el apoyo de un partido dirigido por el clero en Pakistán (Yamiat ul Ulema, grupo de Fazlur Rahman), el padre de cuyo líder había sido maestro de Mavlavi Mohamedi. Este fue el mismo partido paquistaní que más tarde ayudó a incubar el movimiento talibán. Muchos dirigentes talibanes se habían sumado antes a la yihad como jefes de Harakat i Inquilah. Aunque este partido comenzó siendo quizá el mayor, su defectuosa organización y corrupción generalizada le llevó a un declive continuo y nunca desempeñó un papel político significativo. Sin embargo, sus antiguos comandantes desempeñan una función importante en el movimiento talibán.

 Las agrupaciones chiítas estaban igualmente fragmentadas. La primera organización de la resistencia chiíta era el tradicionalista Shura yi Itifaq (Consejo de Unidad), que unió a los terratenientes, el clero y la elite intelectual de la región de Hazarayat, en el Afganistán central. Esta organización se debilitó más tarde por los ataques de los grupos islamistas radicales apoyados por diferentes facciones iraníes. De estos grupos, los dos más importantes eran Nasr (Victoria) y Sipah (Guardias). Otro partido, el Harakat i Islami (Movimiento Islámico), tenía el apoyo chiíta principalmente en las ciudades y una relación especialmente poco fluida con Irán. Los líderes más conocidos de estos partidos eran Said Jagran, del Shura yi Itifaq, antiguo oficial del ejército y terrateniente; Abdul Ali Mazari, del Nasr, clérigo educado en Irán; y Asif Muhsini del Harakat, también clérigo, que finalmente reivindicó el título de Ayatolá. Abdul Mazari fue asesinado mientras estaba en poder del Talibán en febrero de 1995.

En 1988, Irán unió a ocho partidos chiítas (a todos salvo al Harakat i Islami) en el Hizb i Uahdat (Partido Unidad). En 1993, el Uahdat se dividió en facciones que se aliaron, respectivamente, con la Yamaat y con Hizb. En enero de 1996, Irán anunció que había reunificado a ambas facciones y reconciliado con el presidente Rabani. Asif Muhsini se alió en consecuencia con la Yamaat. Hizb i Uahdat controla de hecho el Afganistán central. Ahmed Sha Masúd aplastó sus fuerzas en Kabul en una ofensiva lanzada en febrero de 1995 después de que su aliado Hikmatiar, del Hizb, hubiera sido derrotado por los talibanes.

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El poder regional

El número de bases regionales consolidadas en Afganistán de estos partidos difería mucho, de ahí que a algunos no les quedara más que una importancia marginal tras la caída de Mohamed Nayibulá, mientras que otros pasaron hasta cierto punto de ser partidos nacionales a constituir milicias de señores de la guerra regionales.

En general, los partidos tradicionalistas tenían una presencia significativa sólo al sur del Hindokuch, lo que era un reflejo de la orientación tradicionalista de algunas tribus pachtunas y de su apoyo parcial al antiguo régimen. Pero también era consecuencia del hecho de que los islamistas árabes que pagaron el transporte de armas pagaron todos los gastos de los partidos islamistas y sólo el 15 por ciento de los que tuvieron los tradicionalistas. De ahí que los tradicionalistas no pudieran permitirse el lujo de pagar el enorme coste de mantener frentes al norte del Hindokuch. Una consecuencia tanto de la organización social no tribal de la población del norte de Afganistán como del menor número de partidos fue un grado algo mayor de consolidación política en esa zona, ya fuera bajo la tutela de la resistencia (sobre todo de la Yamaat) o del régimen y su sucesor, el Yunbichs.

El principal partido de la resistencia en las zonas no pachtunas sunitas era la Yamaat. En el noreste de Afganistán (las zonas montañosas al este de la carretera de Salang que une Kabul con la URSS), Ahmed Masúd creó la organización política militar más moderna de la resistencia, el Consejo de Supervisión del Norte (CSN, Shura yi Nazar i Shamali). El CSN coordinaba a los comandantes de la Yamaat en unas cinco provincias y también creó fuerzas regionales que se convirtieron en el Ejército Islámico (Urdu yi Islami) de Masúd, que, según informes, tenía 5.000 combatientes móviles en 1992. El CSN también supervisaba una administración regional desde su base en Talokan, centro de la provincia de Tajar, que Ahmed Masúd capturó después de la retirada de las tropas soviéticas de la zona, a mediados de 1988. Los comandantes locales de Hizb, las milicias gubernamentales y los rivales encuadrados en la Yamaat desafiaban continuamente a Ahmed Masúd en esta zona, pero en 1992, éste había logrado someter o neutralizar a la mayoría de estas fuerzas en la región, que tenía muchas minas de piedras preciosas (esmeraldas y lapislázuli) y la zona de cultivo de opio de Badajchan, que le aseguraban ciertos ingresos.

La zona norte y central (con centro en Mazar i Charif), que contenía la mayor parte de los activos económicos modernos de Afganistán, incluyendo las industrias estatales en ciernes y los campos de gas natural, estaba bajo un control más firme del gobierno. Mohamed Nayibulá dependía cada vez más de las milicias locales para ejercer su poder en esta zona de predominio uzbeko, y estas milicias se pusieron a las órdenes de Dostúm cuando dejaron de necesitar a Nayibulá para entregar la ayuda soviética. La Yamaat constituía la principal presencia de la resistencia en esta zona, pero nunca se recuperó del todo tras el asesinato de su comandante en la provincia de Balj en diciembre de 1984.

Herat cayó bajo el dominio de un shura dirigido por el comandante de la Yamaat Ismail Jan, antiguo capitán del ejército que había encabezado la rebelión de la guarnición en marzo de 1979. Ismail Jan integró al principio tanto a la guarnición del régimen como a sus principales rivales en su administración. Manifestó una considerable independencia de Irán y presidió una importante reactivación económica. Al carecer de un apoyo exterior estable, reinstauró los impuestos y el servicio militar obligatorio a mediados de 1995, y fue dependiendo cada vez más de las fuerzas de Kabul para la defensa de su zona (unas cinco provincias). Estas medidas menoscabaron su popularidad y facilitaron la captura por sorpresa de Herat por el Talibán, en septiembre de 1995 .

El Hazarayat del Afganistán central siguió bajo un control bastante estable de Hizb i Uahdat, aunque el gobierno Yamaat se opuso a su poder en la ciudad de Bamiyan.

Las zonas pachtunas del sur de Afganistán permanecieron más fragmentadas. En 1992, Gulbudin Hikmatiar contaba con las fuerzas móviles más numerosas de la zona, pero tenían su base efectiva en Pakistán, y no en ninguna zona de Afganistán. Carecía de una base territorial estable y no recibió apoyo de la mayoría de las tribus pachtunas. Aunque mandaba la mayor fuerza militar pachtuna y tenía presencia en todo el sur de Afganistán, apenas controlaba ninguna de las zonas pachtunas del país. Su rápida desaparición tras un cambio en la política de Pakistán en 1994-1996 mostró hasta qué punto dependía su fuerza de la ayuda externa.

El sur de Afganistán incluía dos importantes regiones productoras de opio (Helmand y Nangarhar) y dos importantes shuras, Yalalabad y Kandahar, que ejercían su influencia sobre varias provincias. La zona tribal montañosa de Paktia siguió, sin embargo, tan fragmentada y dividida como siempre.

Yalalabad, que se beneficiaba tanto del tráfico de opio como de su posición en la ruta comercial entre Pechavar y Kabul, se convirtió en una de las zonas más estables de Afganistán. El shura estaba dirigido por miembros del clan Arsala, una destacada familia de la tribu a la que el emperador mogol Akbar nombró janes del Guilzai para vigilar la ruta comercial que iba de Kabul a la India. Durante la guerra se unieron a los jalis de Hizb, pero su posición tribal resultó ser más importante que la política en el entorno posterior a la yihads.

El shura de Kandahar era menos estable. El servicio de inteligencia paquistaní había exacerbado reiteradamente las fisuras en la zona, en un intento de obligar a los muyahidin a atacar la ciudad. Pese a los intentos de subsanar estas fisuras tras la rendición de la guarnición en 1992, las enemistades y la inseguridad se profundizaron, exacerbadas por la creciente erosión que causaba el narcotráfico en el orden social tradicional de Kandahar. La degeneración del liderazgo que había surgido en la yihad preparó el terreno para la aparición del Talibán, apoyado por Pakistán a finales de 1994. Helmand siguió siendo objeto de disputa entre diferentes señores de la guerra cultivadores de opio.

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Los alineamientos políticos tras la disolución de la Unión Soviética

Tras la caída de Mohamed Nayibulá, cuatro principales grupos armados con diferentes características étnicas y apoyo exterior lucharon inicialmente por el poder en Kabul. Todos ellos gozaban, en grados diferentes, de ingresos procedentes de los impuestos locales, así como del narcotráfico y de otras empresas ligadas al contrabando:

Abdul Rachid Dostúm (comandante de las antiguas milicias gubernamentales, rebautizadas Yunbich) controlaba la zona septentrional con centro en Mazar i Charif. Recibía apoyo del gobierno de Karimov en Uzbekistán y de Rusia.

Ahmed Masúd y Burhanudin Rabani dirigían sobre todo a los tayikos, con miembros de algunos otros grupos étnicos del noreste; eran aliados de Saiaf y de Harakat i Islami. También se les unieron varias personalidades clave del gobierno (sobre todo oficiales del ejército y del servicio de inteligencia tayikos). Al principio, Burhanudin Rabani recibió cierto apoyo económico del gobierno de Arabia Saudí (así como petróleo), pero al parecer esto se acabó en 1993. Disfrutó del uso de los nuevos billetes de banco de Afganistán (impresos bajo contrato comercial en Rusia) después de convertirse en presidente en funciones, en junio de 1992.

Gulbudin Hikmatiar dirigía un grupo fundamentalmente pachtún integrado por miembros de Hizb de los campamentos de refugiados, antiguos oficiales del ejército jalquis y antiguos miembros de las milicias gubernamentales pachtunas. Sin embargo, nunca logró galvanizar tras él a los principales shuras tribales pachtunos. Las tribus apenas participaron en el combate por Kabul. Hikmatiar siguió recibiendo ayuda de fuentes islámicas árabes y paquistaníes.

Por último, Hizb i Uahdat organizó a los chiítas de la ciudad de Kabul, armado por Irán y los parchamis durante la caída de Mohamed Nayibulá, y disfrutaba de una base en el Hazarayat. Se les unieron varias milicias gubernamentales chiítas, especialmente en la ciudad de Kabul.

La estructura étnica del conflicto, sin embargo, se modificó con el tiempo merced a desplazamientos en el equilibrio del poder, lo que indicaba que era el poder, más que las relaciones étnicas, la causa fundamental del conflicto. Al principio, Ahmed Masúd, Abdul Rashid Dostúm, y Hizb i Uahdat tomaron el control conjunto de Kabul y rechazaron un ataque de la coalición Hizb Jalqu. El conflicto parecía enfrentar a pachtunos contra no pachtunos. A finales de 1992, sin embargo, el predominio de Ahmed Masúd y de Burhanudin Rabani en Kabul (y su falta de voluntad de compartir el poder) alejaron primero a Hizb i Uahdat y después a Dostúm. El primero firmó un acuerdo con Hikmatiar en enero de 1993. Abdul Dostúm maniobró al principio entre ambos bandos, pero se alió abiertamente con Guldubin Hikmatiar en enero de 1994, cuando los dos antiguos enemigos lanzaron un ataque conjunto contra las fuerzas de Ahmed Masúd.

En el resto del país, entre la caída de Mazar el 19 de marzo y la rendición de Yalalabad el 23 de abril, los muyahidin habían negociado la rendición de todas las guarniciones gubernamentales importantes. Los consejos regionales, algunos de los cuales incluían a comandantes que militaban en bandos opuestos, se formaron sobre la base de los lazos étnicos y tribales locales.

En el norte de Afganistán, donde la lógica política del Asia central post-soviética ejercía su influencia sobre los protagonistas afganos, surgieron unos alineamientos algo diferentes. Tras la caída de Mohamed Nayibulá, estos alineamientos fueron un reflejo de la reacción contra la larga historia en Afganistán de dominio de gobiernos pachtunos: las fuerzas políticas no pashutunas se aliaron para tomar el control de Kabul.

Abdul Dostúm y Ahmed Masúd, sin embargo, estaban aliados en diferentes bandos en la guerra civil en Tayikistán. El presidente Karimov de Uzbekistán apoyó activamente el movimiento armado que expulsó a los nacionalistas tayikos demócratas e islámicos del poder en Duchanbe.. Su movimiento de restauración recibió el apoyo de los uzbekos de ciertas regiones de Tayikistán, que habían sufrido los ataques de los nacionalistas tayikos. Ahmed Masúd, al igual que otros comandantes muyahidin del norte, dio refugio a los guerrilleros islamistas tayikos y a su dirección política.

A lo largo de 1993, al parecer, el presidente Karimov alentó a Abdul Dostúm a que ejerciera presión sobre Kunduz, el principal centro político de la oposición tayika en Afganistán. En una serie de ofensivas de Dostúm a finales de 1993 y principios de 1994, la ciudad cambió de manos varias veces, hasta quedar en última instancia en poder del shura local, aliado con Masúd. Al parecer, el presidente Karimov también alentó a Abdel Dostúm a aliarse con Guldubin Hikmatiar en el intento de enero de 1994 de tomar el poder en Kabul.

Sin embargo, dos años después, el presidente Karimov quiso reducir la presencia rusa en el vecino Tayikistán. De ahí que iniciara conversaciones con la oposición islámica de Tayikistán. Además, al igual que Rusia e Irán, consideraba el movimiento talibán como una forma de agresión de Pakistán. Estas consideraciones pudieron haber alentado a Abdul Dostúm a mantener la neutralidad operativa entre Ahmed Masúd y el Talibán, mientras ninguno de ellos atacara su zona.

A finales de 1994, tanto los intereses de los estados de la región como el alejamiento de la opinión pública afgana de todas las direcciones políticas existentes encontraron una nueva e inesperada forma de expresión en la repentina aparición del nuevo movimiento armado del Talibán, o estudiantes religiosos. La aparición de este nuevo movimiento requiere hacer referencia a los cambios producidos en Pakistán, así como en Afganistán.

En octubre de 1993, Benazir Bhuto fue elegida una vez más primera ministra de Pakistán, y nombró al general Nasirulah Jan     Babar como ministro del Interior. Tras tomar posesión de sus cargos, presumiblemente la primera ministra Bhuto y el general Babar encontraron planes bastante avanzados para el golpe de estado de enero de 1994 en Kabul, y dieron su consentimiento, con la esperanza de que estabilizara Afganistán. Al parecer, cuando el golpe fracasó, el general Babar comenzó a alejar a Pakistán de su confianza en Guldubin Hikmatiar como agente de influencia de Pakistán.

Desde el otoño de 1991, cuando se desintegró la Unión Soviética, los moderados en política exterior de Pakistán encabezados por el entonces Ministro de Estado para Asuntos Económicos Sardar Asif Ali, venían argumentado que era la apertura del comercio con los nuevos estados del Asia central, y no una campaña islámica, la que debía constituir el foco de la política exterior paquistaní en sus fronteras noroccidentales. Sardar Asif se convirtió en Ministro de Asuntos Exteriores de Benazir Bhuto en 1993, y parece ser que el general Babar adoptó su política. Si la ruta que va desde Pechavar hasta Kabul y la autopista de Salang a Tachkent quedaban bloqueadas por la guerra en Kabul, Pakistán debía tratar de abrir la ruta occidental, desde Quetta por Kandahar y Herat, hasta Turkmenistán.

En junio de 1994, el gabinete de la primera ministra Bhuto decidió seguir adelante con la construcción de vías férreas y carreteras hacia el Asia central. El 14 de septiembre, el general Babar anunció que la semana siguiente iba a desplazarse al Asia central, vía Kandahar y Herat, para negociar el paso de un convoy paquistaní que saldría a mediados de octubre. El convoy sería organizado por la Célula de Logística Nacional, la misma unidad de transporte militar que se había ocupado de proporcionar armas a los muyahidins.. El convoy pospuso su salida hasta que Benazir Bhuto se ocupó personalmente de las últimas gestiones. Mientras asistía a las celebraciones del día de la independencia en Turkmenistán, el 25 de octubre, llegó a acuerdos tanto con Ismail Jan como con Abdul Rachid Dostúm, que controlaba la frontera de Afganistán con Turkmenistán y Uzbekistán. Cuatro días después, 30 camiones cargados de alimentos, ropa y material médico salieron de Quetta, al parecer escoltados por personal de los servicios secretos paquistaníes. Poco después de entrar en Afganistán, el 1 de noviembre, miembros de tribus afganas que cobraban peajes a los viajeros desde hacía tiempo y habían servido a Mohamed Nayibulá como milicia en la zona, detuvieron el convoy. El 5 de noviembre, el convoy fue liberado y autorizado a proseguir su camino por un nuevo grupo: los talibanes armados, o estudiantes religiosos, entre los que aparentemente había refugiados afganos y pachtunos paquistaníes que habían cruzado masivamente la frontera pertrechados con armas nuevas. Tras una rápida batalla, dispersaron a los hombres de las tribus y entraron de inmediato en la ciudad de Kandahar, que capturaron con poca resistencia. Los estudiantes se ganaron con rapidez el apoyo popular imponiendo el orden en Kandahar, aunque sus limitaciones sobre la mujer y la educación provocaron el resentimiento.

El núcleo de la dirección del movimiento talibán estaba compuesto por ulemas educados en la enseñanza privada y tradicional, de las tribus pachtunas del sur y estudiantes que estudiaban en madrasas sunitas tradicionales del Beluchistán paquistaní. Algunos de estos ulemas habían sido jefes militares de la yihad, pero se habían alejado progresivamente de las direcciones de los partidos. La mayoría de las madrasas de donde procedían los seguidores estudiantiles estaban afiliadas a la Yamaat ul Ulema i Islam de Pakistán. Este partido (dividido en dos facciones) se oponía con virulencia al Jamaat i Islami, radical e islamista, y se había aliado de forma intermitente con el Partido Popular de Pakistán. Parece probable que los talibanes recibieran armas de Pakistán (ya fuera del Ministerio del Interior de Babar o de los servicios secretos) para apoyar su esfuerzo de liberar el convoy.

Los frentes talibanes reclutados en las madrasas siempre habían sido uno de los componentes de la yihad. Estos frentes, reclutados de las madrasas privadas del Afganistán rural y tribal, pertenecían por lo general a partidos tradicionalistas (especialmente al de Mohamedi) y representaban la identificación que la gente corriente hacia entre el islam y la justicia, y no con una ideología política radical. Cabría señalar también que las tribus pachtunas del sur representadas por el Talibán tenían poca influencia, si tenían alguna, en la dirección de los partidos que combatían por el control de Kabul y estaban implicados en las negociaciones para un acuerdo político (véase apartado 7. El fracaso de los intentos de una solución política).

Sin embargo, a medida que este movimiento sin forma consolidaba su control sobre Kandahar, sus líderes fueron ampliando sus objetivos. El Talibán contribuía a proporcionar seguridad a las actividades de Pakistán dirigidas al Asia central. Sin duda, recibió ayuda de Pakistán, pero también tenía sus propios planes y comenzó a marchar hacia Kabul. No está claro hasta qué punto fue decisión suya o de Pakistán. Con la ayuda de este país y la avalancha de la opinión pública apoyando el movimiento, los partidos muyahidin de las zonas pachtunas del sur se hundieron de un modo muy similar a como lo hicieron las fuerzas de Mohamed Nayibulá en 1992. El Talibán avanzó hacia Kabul con poquísimos combates, ya que la mayoría de los grupos armados huyeron o se les unieron. A principios de febrero de 1995, el Talibán se había encontrado con la retaguardia de las fuerzas de Gulbudin Hikmatiar al sur de Kabul.

El 14 de febrero, el Talibán ocupó la principal base de Hikmatiar en Charasiab, provincia de Logar. Guldubin Hikmatiar huyó sin combatir. Ahmed Masúd trasladó sus líneas de frente al sur, hacia los puestos abandonados por Hikmatiar, y después volvió a avanzar en virtud de un acuerdo negociado con el Talibán. Salvo un barrio chiíta dominado por Hizb i Uahdat, toda Kabul estaba ahora bajo el control de Ahmed Masúd. La neutralización de Guldubin Hikmatiar eliminó uno de los obstáculos a un acuerdo negociado, pero la llegada del Talibán creó otro. Los ulemas que constituían el núcleo de la dirección de este movimiento sin forma insistieron en que debían ser ellos únicamente quienes llevaran a cabo el desarme y supervisaran la seguridad en Kabul. Se negaron a cooperar y a negociar con ninguno de los partidos existentes, a los que el Talibán denunciaba como criminales.

Después de que la milicia chiíta apoyada por Irán al sur de Kabul fuera aplastada entre el Talibán y Ahmed Masúd, éste logró expulsar al Talibán fuera de la zona de Kabul. En marzo de 1995, Ahmed Masúd había protegido a la capital de los ataques con cohetes por primera vez en muchos años. El gobierno de Rabani-Masud parecía atrincherado con más firmeza que nunca. En estas nuevas condiciones de creciente seguridad, los desplazados regresaron a Kabul por centenares de miles, y se calcula que la ciudad volvió a tener una población de 1.200.000 personas.

Sin embargo, el 5 de septiembre, un Talibán renaciente invadió la ciudad de Herat sin efectuar apenas un disparo. Ismail Jan huyó a Irán, debilitado por la disensión interna en sus fuerzas, que se negaron a combatir para él. El Talibán pronto estuvo de nuevo a las puertas de Kabul, haciendo que el gobierno acusara a Pakistán de haber armado y organizado el movimiento para tratar una vez más de instaurar un gobierno afín en Kabul. La guerra por la capital se reanudó con una ofensiva talibán el 10 de octubre.

Ambos ataques fueron acompañados del apoyo político, abierto, y logístico, más o menos encubierto, de Pakistán. Pakistán consideraba hostil al gobierno de Rabani, así como sometido a la India y a Rusia, que le habían proporcionado equipos. Además, Pakistán temía que un gobierno exclusivamente no pachtún en Kabul provocara que los pachtunos afganos dirigieran sus aspiraciones nacionales de nuevo hacia Pakistán, reavivando la reivindicación del Pachtunistán.

La política paquistaní, por su parte, ofendía profundamente a Irán, un vecino con el que Pakistán quería y necesitaba mantener buenas relaciones tanto por motivos internacionales como por motivos internos. Gran parte de la población chiíta de Pakistán, quizá el 25 por ciento de sus habitantes, considera a Irán como una especie de patria espiritual y, al mismo tiempo, constituye una parte significativa de la base de apoyo de la primera ministra Benazir Bhuto y el Partido Popular de Pakistán. Irán consideraba, a su vez, el control de Herat por el Talibán una afrenta inaceptable para sus intereses nacionales. Los servicios secretos paquistaníes, profundamente implicados en apoyar al Talibán, mantenían relaciones desde hacía tiempo con la CIA, a la que el Congreso estadounidense había encargado recientemente la tarea de invertir 20 millones de dólares para desestabilizar a la República Islámica. Irán había puesto fin prácticamente a la ayuda a las facciones afganas, pero en respuesta al apoyo de Pakistán al Talibán, detrás de la cual Irán sospechaba estaba la mano de EE.UU., aumentó de forma espectacular su ayuda a Masúd y a Rabani. Ello, unido a un nivel muy superior de ayuda rusa, permitió que el gobierno resistiera a todas las ofensivas y se reforzara militarmente.

A principios de 1996, cuando el Talibán seguía atacando a Kabul y las Naciones Unidas y el Comité Internacional de la Cruz Roja avisaban de la inminente muerte por el hambre y los combates de cientos de miles de personas de la ciudad, el gobierno de Pakistán se dio cuenta, aparentemente, de que había cometido un error. Pese a toda la ayuda que había concedido, no podía controlar al Talibán y se había alejado de un vecino importante. Pero parecía que Pakistán no tenía a mano ninguna política alternativa.

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El fracaso de los intentos de una solución política

Estos acontecimientos tuvieron lugar cuando la comunidad internacional, incluyendo a las superpotencias, los estados de la región y las Naciones Unidas, trataban infructuosamente de propiciar diversos acuerdos políticos en los conflictos de Afganistán. Estos intentos atravesaron tres fases, que se corresponden con el desarrollo del sistema internacional.

Durante la primera fase, la de la intervención soviética y la Guerra Fría, el Secretario General de la ONU utilizó sus buenos oficios para mediar en los Acuerdos de Ginebra, firmados el 14 de abril de 1988, en virtud de los cuales las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán el 15 de febrero de 1989. Estos acuerdos no preveían un gobierno provisional ni ninguna otra medida para llegar a un acuerdo político dentro de Afganistán. El texto de los acuerdos disponía el cese de toda la ayuda a la resistencia con base en Pakistán, los muyahidin, pero EE.UU. reinvindicó el derecho a seguir proporcionando ayuda a los partidos de Afganistán, del mismo modo que la Unión Soviética reclamó el derecho a seguir ayudando al régimen que había instalado. La determinación estadounidense de obtener la máxima ventaja sobre la URSS hizo que los acuerdos nunca se llevaran a la práctica. El mediador de la ONU, Diego Cordovez, propuso un gobierno provisional bajo la tutela de funcionarios neutrales del régimen de Zahír , que después convocaría a la Loya Yirga (Gran Asamblea). Esta propuesta no encontró ningún apoyo entre los principales protagonistas, a los que únicamente les interesaba ganar.

Los Acuerdos de Ginebra trataron de reinstaurar la cooperación internacional en Afganistán eliminando los movimientos antagónicos de recursos de poder: la mediación de la ONU coordinaría la retirada de las tropas soviéticas con el cese de la ayuda a los muyahidin. Sin embargo, este acuerdo no dio lugar a un gobierno afgano capaz de controlar el territorio y la población del país de forma tal que repartiera aceptablemente la influencia entre las potencias externas implicadas. El líder soviético Mijail Gorbachov tenía que retirarse de Afganistán para obtener credibilidad para sus intenciones en otros ámbitos, como el control de armas, mientras que EE.UU. y sus socios continuaron proporcionando ayuda.

La segunda fase, desde febrero de 1989 hasta abril de 1992, fue el periodo de guerra por poderes entre los muyahidin, apoyados por EE.UU., Pakistán, Arabia Saudí y otras fuentes árabes e islámicas, y el régimen respaldado por los soviéticos de Mohamed Nayibulá. Pese a los continuos combates en Afganistán, esta fase se correspondió con un periodo de cooperación internacional. Entre el final de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, estados Unidos perdió un enemigo y pareció ganar un aliado en la dirección del orden global. Las superpotencias entablaron un intenso diálogo directo sobre varias cuestiones, incluyendo Afganistán, para lo cual elaboraron un plan destinado a un "periodo de transición". Ambas superpotencias pondrían fin al envío de ayuda a sus clientes, y la ONU presidiría una autoridad provisional que auspiciaría la celebración de elecciones o algún otro procedimiento representativo con el fin de crear un gobierno permanente. La oficina del secretario general de la ONU siguió mediando entre Kabul y los muyahidin, aunque desempeñando un papel en gran medida subordinado al de las superpotencias; el representante de la ONU difundía propuestas que surgían del diálogo de EE.UU. y la URSS entre los partidos afganos en un intento de crear apoyo al proceso.

Esto desembocó finalmente en un acuerdo, cuando los soviéticos de la línea dura quedaron excluidos tras el fracaso de su golpe de estado de agosto de 1991. EE.UU. y la URSS acordaron poner fin al envío de ayuda a finales de 1991 y respaldar los esfuerzos de la ONU para propiciar un régimen de transición.

Sin embargo, la desintegración de la URSS precipitó el hundimiento interno del régimen de Nayibulá justo cuando estaba a punto de llevarse a la práctica este plan. Una alianza integrada por la unión de algunos grupos muyahidin con fragmentos de las fuerzas armadas del antiguo régimen tomó el control de la capital, iniciando así una nueva ronda de guerra civil, principalmente entre facciones de los antiguos muyahidin. En virtud del Acuerdo de Pechavar del 26 de abril de 1992, los grupos muyahidin con base en Pakistán acordaron una presidencia provisional que desembocaría en unas elecciones, pero la mayoría de los términos del acuerdo nunca se pusieron en práctica.

Se suponía que el fin de la ayuda a los dos bandos en conflicto a principios de 1992 los empujaría a la reconciliación, pero, por el contrario, produjo la fragmentación de ambos bandos. La coherencia del conflicto bipolar se debía a la entrada de ayuda exterior, y no a la estructura de las divisiones políticas en Afganistán. El estado basado en la ayuda había crecido sin integrar una sociedad nacional, y la fragmentación de esa sociedad se reafirmó en la serie de conflictos étnicos, tribales y faccionales, exacerbados por probalemente el nivel más alto en el mundo de armas personales modernas, que anegó el intento de crear un gobierno provisional. El núcleo del estado, el ejército, se deshizo en motines faccionales de carácter étnico, dejando sin núcleo de poder a un eventual régimen provisional. Las facciones armadas que recibían ayuda de potencias regionales antagónicas llenaron ese vacío.

La actual tercera fase, tras la ruptura de la Unión Soviética, es un periodo de vacío estratégico en Afganistán y, en bastante medida, en el sur de Asia en su conjunto. Careciendo ya de importancia estratégica para ninguna potencia importante, Afganistán se ha convertido en el escenario de una guerra civil alimentada por la competencia entre los estados de la región, incluyendo a Pakistán, Irán, la India y Uzbekistán y, en menor grado, Arabia Saudí, Rusia y Turquía. Durante casi dos años tras la caída de Mohamed Nayibulá, la ONU pareció abandonar todo esfuerzo para buscar un acuerdo político. La única propuesta de paz que se realizó durante este tiempo fue el esfuerzo de Pakistán y Arabia Saudí (con la participación previsible de Irán) por apoyar los Acuerdos de Islamabad de marzo de 1993. Estos acuerdos, rotos casi inmediatamente después de ser firmados, disponían el reparto del poder entre las que eran entonces las dos fuerzas militares más importantes que había alrededor de Kabul, la Yamaat i Islami, de mayoría tayika, dirigida por el presidente Burhanudin Rabani y el ministro de Defensa Ahmed Masúd, y Hizb i Islami, de mayoría pachtuna, dirigido por Gulbudin Hikmatiar, que fue nombrado primer ministro en virtud de los acuerdos. Hikmatiar se convirtió finalmente en primer ministro el 26 de junio de 1996.

A medida que proseguía la guerra, varios gobiernos, incluyendo el de EE.UU., presionaron a las Naciones Unidas para que reactivara la búsqueda de un acuerdo político. Se envió una nueva misión de buenos oficios, dirigida por el ex Ministro de Asuntos Exteriores tunecino Mahmud Mestiris. Inicialmente, la misión de Mestiri probó una nueva táctica consistente en apelar directamente al pueblo de Afganistán convocando reuniones públicas en numerosos pueblos y ciudades de Afganistán y lugares del exilio. La respuesta - multitudes de miles de personas y literalmente cientos de propuestas de paz - dejó pocas dudas de que la población general de Afganistán deseaba la paz. Sin embargo, dada la ausencia de recursos de las principales potencias que respaldaran la iniciativa, una misión de buenos oficios no podía plantear una verdadera alternativa a los combatientes que tenían el poder, entre los que Mestiri comenzó pronto a mediar. Las diversas propuestas que distribuyó tenían la misma forma básica que la propuesta de 1992: el presidente en el poder (actualmente Burhanudin Rabani, en lugar de Mohamed Nayibulá) entregaría éste a una dirección colectiva de personalidades relativamente neutrales, que presidirían un periodo de transición. El presidente Rabani evitó dar el paso fatal de Mohamed Nayibulá de manifestar claramente que entregaría el poder, y la misión de Mestiri se complicó aún más con el surgimiento del Talibán, que se negó a negociar. Mestiri dimitió en mayo de 1996 y fue sustituido por el diplomático alemán Norbert Holl.

Hasta ahora, los esfuerzos realizados en esta tercera fase, al igual que los anteriores, parecen destinados a no alcanzar su objetivo proclamado de ayudar a los afganos a establecer un gobierno legítimo y estable en su país. Pese a los frecuentes cambios de poder y al surgimiento del Talibán, la realidad fundamental no ha cambiado. En una situación de tanta inestabilidad y fragilidad de todas las alianzas y relaciones de poder, es prácticamente imposible negociar acuerdos estables, especialmente a largo plazo, que sientan las bases de un gobierno. La realidad que subyace en la actual Afganistán sigue siendo la misma, con independencia de quién domine el escenario durante un año, un mes o un día. Ningún líder controla una fuente de recursos fiable, renovable y autónoma con la que crear y gestionar un aparato de poder estable. Cada protagonista confía en que resistiendo un poco más y buscando más ayuda externa aún, podrán desgastar a sus oponentes. El poder depende de un apoyo exterior transitorio, de redes de vínculos informales que se entrecruzan (a veces por partida doble) y de la constante renegociación de todos los acuerdos. Ninguna superpotencia impondrá el orden (como intentaron hacer Gran Bretaña y la Unión Soviética) ni pagará a un afgano para que imponga el orden (como hizo en última instancia Gran Bretaña). A menos que los vecinos de Afganistán lleguen a un acuerdo de no interferencia, seguirá habiendo un territorio legalmente no dividido de poder fragmentado.

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Las consecuencias humanitarias

Las Naciones Unidas, incluyendo el ACNUR, han publicado numerosos documentos sobre las necesidades humanitarias de Afganistán durante este periodo. Cabría señalar, por ejemplo, que como consecuencia de la guerra, la capital lleva dos años sin servicios municipales de agua y electricidad. La leña empieza a escasear en gran parte del país. El comercio está a menudo bloqueado o sometido a los "impuestos" desorbitados de quienes detentan el poder local. Si se viaja por el país por carretera no puede dejar de observarse que los daños producidos por la guerra permanecen sin reparar, mientras 50 años de inversiones se hunden entre el polvo y el barro. En algunas zonas - en el enclave de Dostúm en el norte, en el corazón del territorio de Masúd alrededor de Talokan, en las zonas talibanes -, donde Pakistán está tendiendo actualmente conexiones telefónicas y reparando carreteras, resulta visible cierto grado de mantenimiento e incluso de inversión. Pero en casi todas partes, está creciendo una nueva generación de afganos que recibe una educación deficiente, salvo en lo que al entrenamiento con armas se refiere, y sin saber lo que es vivir en un estado pacífico o, de hecho, en un estado.

Por otra parte, los años de guerra han dejado en el país un problema muy grave con las minas terrestres. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Afganistán es uno de los países del mundo más afectados por las minas. Un estudio concluyó que el 13,6 por ciento de las familias entrevistadas había estado involucrado en un incidente con minas. En otro se calculaba que, cada día, entre 20 y 25 personas resultaban heridas o fallecían por las minas en Afganistán, lo que supone alrededor de 8.000 muertes al año. El CICR informa de que en un solo distrito de Afganistán, el 3,5 por ciento de la población total (una de cada 18 personas) sufrió heridas por minas terrestres durante un periodo de dos años (1989-1990), comentando que probablemente esto constituye la mayor densidad de víctimas de minas terrestres del mundo. La ONU calculaba en 1993 que 162 de los 356 distritos de Afganistán contenían minas terrestres (17 no fueron incluidos en el estudio). Las tierras de pastoreo suponían el 75,6 por ciento de las zonas minadas, y las agrícolas el 20,2 por ciento. El resto incluía sobre todo sistemas de riego, carreteras y zonas residenciales.

Durante el conflicto entre los muyahidin y las fuerzas comunistas soviéticas y afganas, ambos bandos utilizaron minas. Las batallas por el control de Kabul desde 1992 y por el de Herat en 1995 han llevado a la colocación de minas en nuevos lugares. De hecho, según el Departamento de Asuntos Humanitarios de la ONU, "Afganistán tiene la mayor colección de minas terrestres del mundo: al menos 50 tipos diferentes...". Además, los combatientes han aprendido ahora a fabricar minas con las ingentes cantidades de munición de artillería sin estallar que se encuentran en todo el país. Había minas y munición de artillería sin estallar en casi todos los tipos concebibles de terreno en Afganistán... Las minas se desplegaban por lo general, a lo largo de senderos en desuso, caminos y carreteras; en los márgenes de caminos y carreteras; en puntos de cambio de sentido de vehículos; cerca de alcantarillas y apoyos de puentes; a lo largo de muros de edificios dañados; en las puertas y habitaciones de casas deshabitadas; en los pozos y alrededor de éstos y de sus puntos de acceso; en torno a los puestos militares; en los vehículos destruidos o en sus proximidades; en zonas donde pudieran ocultarse personas.

Según cálculos muy aproximados, hay cerca de ocho millones de minas antipersonal y dos millones de minas antitanque en Afganistán. A principios de 1996, se había informado de la desactivación de unas 110.000 minas y 216.000 proyectiles de artillería sin explotar, principalente a manos del programa de desactivación de minas de la ONU. Las fuerzas gubernamentales afganas y las soviéticas levantaron mapas de la situación de las minas que se sembraron manualmente, cosa que no hicieron los muyahidin. Sin embargo, no parece que ninguna de las fuerzas que combaten en la actualidad esté levantando mapas de ubicación de sus minas.

 De especial importancia es el gran número de minas PFM-1 (de mariposa) de fabricación soviética y lanzadas desde helicópteros por los soviéticos y las tropas gubernamentales afganas. No se puede levantar ningún mapa de situación de estas minas, que están camufladas en función del terreno; cuando las encuentran los niños a menudo creen que son juguetes. Estas minas tienen consecuencias especialmente graves para los niños que cuidan rebaños, así como para el ganado, que constituye muchas veces la principal fuente de riqueza de una familia.

De hecho, las bajas más importantes son civiles. Un estudio realizado con fondos del CICR concluyó que el 85 por ciento de las víctimas de las minas terrestres realizaban actividades no militares, como cuidar rebaños, labrar la tierra y viajar. Muchas de estas víctimas eran refugiados que acababan de regresar; de hecho, el CICR señaló un significativo aumento de víctimas de minas terrestres cuando los refugiados regresaron en gran número a las zonas rurales en 1992. Por tanto, las minas terrestres no sólo matan y mutilan personas en gran número, sino que obstaculizan considerablemente los esfuerzos de reconstrucción de las poblaciones que regresan a sus lugares de origen.

Cuando se redactan estas líneas, hay dos zonas principales donde pueden producirse de forma inminente movimientos de población. Según los informes, el estado físico de la población de Kabul se deteriora de forma alarmante a medida que el hambre y el frío se van cobrando víctimas. Un bloqueo renovado, combinado con nuevos ataques de cohetes, podría empujar a cientos de miles de personas a huir de la ciudad, sobre todo hacia Yalalabad, ya que Pakistán mantiene el cierre de su frontera.

Además, hay indicios de que podría producirse un ataque inminente contra Herat, controlado por el Talibán. Un portavoz del gobierno de Kabul manifestó que si el Talibán se negaba a negociar, el gobierno iniciaría una ofensiva desde Gor, al este de Herat, mientras funcionarios iraníes declaran que el control de Herat por el Talibán es intolerable para Irán, que no permitirá que siga. Irán ya ha armado a algunas tribus balukas para que realicen ataques en la zona. Podría estar preparándose una ofensiva de mayor envergadura con las fuerzas de Ismail Jan, actualmente en Machad, aunque quizá no bajo su liderazgo, actualmente en descrédito.

Los resultados de un ataque de esta naturaleza son imposibles de predecir. Si Pakistán sostuviera con firmeza el poder talibán en Herat, es probable que la batalla sea prolongada y se produzca la huida de civiles a Irán o a Quetta. Si Pakistán retrocede, el Talibán probablemente no podrá mantener un frente tan alejado de su base de Kandahar y podría desvanecerse con pocas luchas.

La cuestión para la comunidad mundial es saber hasta qué punto se permitirá que una nación se hunda fuera del círculo de nuestra humanidad común. Afganistán es un reproche para todo ideal humanitario, religioso o político que ha desfilado en ese país en las últimas décadas. La misión política de la ONU tiene un presupuesto de sólo aproximadamente un millón de dólares, y sufre las burlas abiertas de los países vecinos, que siguen enviando ayuda a los bandos beligerantes. Los países que han financiado la guerra con miles de millones apenas pueden encontrar un millón para financiar la reconstrucción. Los medios de comunicación han trasladado sus cámaras a otros desastres más recientes y accesibles.

Afganistán seguirá siendo probablemente una fuente de drogas, armas y violencia, y su población seguirá dependiendo de los organismos humanitarios durante las próximas décadas.

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Centro de Investigación para la Paz

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