El viajero
Volveré
aunque solo sea para morir en tus
orillas, dejó escrito con letra
firme, antes de desaparecer camino
de Zaragoza.
Lloré
su ausencia y recordé aquella tarde
junto al Queiles, cuando nos
detuvimos para dejar pasar al
cortejo real que venía de Pamplona.
Benjamín, al ver la saya carmesí y
dorada de la reina asomando por el
carruaje, me susurró que un día me
cubriría de piedras preciosas, de
damascos y de sedas. Nunca hasta
entonces había notado esa
determinación y ese brillo en su
mirada. Entonces supe que se
acabaría yendo.
Más
de dos lustros, con todas sus
noches, tardó en volver. Llegó con
el rostro ajado por el sol y las
ventiscas. Cierto es que no me
cubrió de sedas, tampoco me hizo
falta. Compartió conmigo su
sabiduría, su fe, sus legajos y el
recuerdo de aquel viaje que, de
alguna forma sé, no se olvidará
nunca.