Las verdaderas historias de amor son pasajeras
Pilar Aguarón Ezpeleta en la mejor tradición del realismo histórico español, por Fernando Aínsa

Se ha dicho y repetido —lo que ya es un lugar común de la crítica sobre el cuento en España y especialmente en Aragón— que el realismo es lo que ha predominado. Un realismo que puede ser “naturalista” (pienso en Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán), “tremendista” (al modo de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela o Requiem para un campesino español de Ramón J.Sender), realismo social (Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, el primer Juan Goytisolo) o simplemente realismo costumbrista en la mejor tradición decimonónica, pintoresquista y regionalista. Reconozco que esta literatura —hasta la irrupción de la narrativa latinoamericana en los años sesenta— alimentó mis lecturas juveniles en Montevideo, donde a la sazón vivía. Entusiasta, devoré literalmente lo mejor del realismo español (y sus derivados), especialmente del que abundó en los años cincuenta del pasado siglo, libros muchas veces prohibidos en España y editados en Argentina, México o Uruguay.

Los cuentos de Pilar Aguarón Ezpeleta, reunidos en Las verdaderas historias de amor son pasajeras (La fragua del trovador, Zaragoza, 2015), me han devuelto a aquel entusiasmo juvenil, cuando viajé con Elena Soriano en “Viajera de segunda” (recogido en La vida pequeña. Cuentos de antes y de ahora), me sumergí en la Castilla profunda de la España “negra” con Miguel Delibes y leí con avidez los autores del “realismo histórico” de la “generación testimonial” de que hablaba José María Castellet.

Insertos en la vida rural, pueblerina o urbana zaragozana en los grises años de la posguerra, contextualizados históricamente y con personajes transidos de humanidad y ternura, los relatos de estas “verdaderas historias” de Pilar Aguarón proyectan, desde una aparente sencillez, lo que ha sido (y en muchos casos, sigue siendo) la vida cotidiana provinciana. En “El mundo de Luisi” se descubre, al morir esa tía de existencia discreta y comedida tras el mostrador de una mercería abierta en la calle Mayor de Zaragoza, a una mujer interesante, buena lectora y probablemente enamorada. Es tarde para lamentarse de no haberla conocido bien en vida, podrán decirse las sobrinas Aurora e Inés al abandonar su casa.

“La viuda del divisionario” nos devuelve a los años cuarenta del pasado siglo, a la patética epopeya de la División Azul y a un Elías que regresa mutilado del frente ruso para casarse, tras un largo noviazgo, y morir tontamente fulminado por un rayo el día en que nace su hija Marina. Moraleja de este triste relato: “La guerra nos derrotó a todos”.

En las dos partes de “Trofeo de guerra” se confrontan dos versiones de una misma historia, narradas por las protagonistas. Los puntos de vista operan como administradores de verdades que no tienen dueño y que el lector deberá conceder a unos y otros según sus preferencias. En sus páginas pueden volverse a vivir años de una Zaragoza provinciana que bien podrían ser la de Calle Mayor de Juan Antonio Bardem.

Pilar Aguarón que había adelantado algunos relatos de “amor pasajero” en el libro colectivo Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas (Literaturame.net) y en la exitosa saga de La casa de los Arquillos (La Fragua del trovador, 2013), nos entrega ahora una panoplia de vidas en las que el afectuoso relato consagrado a su profesora de literatura en sexto de bachillerato en “Chesterfield sin filtro”, fumadora empedernida y entusiasta difusora del amor por las letras, es tal vez el relato más conmovedor del volumen, relato que me ha recordado La fiebre de Ramón Nieto, la novela que marcó mi adolescencia con inéditas emociones.
Sin embargo, las páginas de “Los Rabanera” donde se narra con realismo descarnado, la vida rural de una familia numerosa cuando “un mendrugo de pan blanco era un sueño al alcance de pocos”, desarrollan la historia (tal vez menos excepcional de lo que podría parecer), de una mujer, Mariela Páñez, compartida por cuatro hermanos con los que tiene ocho hijos. La historia, contada por uno de los hijos (el tercero de los ocho hijos varones) nos sumerge, sin el sentido trágico de un Federico García Lorca ni excesiva truculencia, en la cotidianeidad promiscua (y en algunos casos incestuosa) de la vida sexual de ese mundo campesino de la España profunda de los años cuarenta del pasado siglo.

Pilar Aguarón, al modo de la mejor tradición de las escritoras Carmen Laforet, Ana María Matute (Los Abel), Carmen María Gaite (Entre visillos) es cronista de su tiempo y eficaz narradora de los sentimientos de una época, los años de la posguerra, que siguen siendo capaces de conmovernos como si todavía viviéramos en ellos.

24, febrero, 2016

Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras: un alegato contra la doble moral y la hipocresía

Por Manuel Relaño Salz.

Lo primero que te atrapa de este libro es su luminosa y enérgica cubierta. Parece hecha para no pasar desapercibida en el escaparate de cualquier librería, por fuerza has de volver a mirarla. Luego su provocador el título, que ya nos abre un abanico de argumentos suficientes para que no nos deje indiferentes. Pero lo que yo he encontrado en estas quince historias no es una defensa del amor, más o menos pasajero o eterno, lo que yo he descubierto es todo un alegato contra la doble moral y la hipocresía burguesa. De cómo estos personajes, tan bien descritos y dibujados, viven con impudicia una doble e hipócrita existencia, la que muestran a los demás, la que aparentan y la que esconden y viven de puertas adentro. He vuelto a mis años de bachillerato cuando el padre Céspedes nos asustaba con los versículos de Mateo 27 y los enigmáticos sepulcros blanqueados. Es esto, precisamente, lo que describe este valiente libro, trufado, además, por una treintena de extraordinarias ilustraciones. Una colección de pequeñas joyitas. Las historias abarcan cuarenta años, desde los inicios de los años treinta hasta principios de los setenta y , como ya hizo en sus anteriores obras, nos vuelve a demostrar su dominio absoluto del tiempo narrativo y descriptivo. Es asombroso como con solo una leve referencia a un hecho histórico, a la muerte de un torero o a una determinada canción, nos centra en una época o en una estación del año. El libro lo componen siete relatos llamémosle extensos y otros ocho más breves, de estos últimos quiero destacar el llamado Los ojos azules de Frank Sinatra, precisamente una frase de este relato es la que da título a la obra. El relato no llega ni a doscientas palabras, pero es excepcionalmente espléndido, magistral lo definiría yo, creo que este relato debiera pasar a anales de la narrativa breve. En este grupo también destaco el evocador y melancólico El mar en otoño y el cuasi metafísico Azul ultramar. De los más extensos es difícil destacar alguno porque todos son de una altísima calidad literaria y argumental: La viuda del divisionario, Los Rabanera, Los trofeos de guerra, o el Chesterfield sin filtro, sin olvidar al contundente Cólera. Magníficos. Pero lo que sí se percibe, supongo que para bien, es que todas estas historias han sido escritas por una mujer, porque los personajes femeninos destacan por su fuerza de voluntad y su coraje. Quiero enfatizar en las dos madres protagonistas de los relatos llamados Trofeos de guerra I y II, tan diferentes en sus orígenes y clases sociales, pero tan parecidas en el empeño por sacar adelante y proteger a sus respectivas hijas. De las ilustraciones me han llamado la atención precisamente estas dos, las de las madres e hijas pobres y ricas. Por el contrario los personajes masculinos despiertan pocas simpatías, son, en su mayoría, individuos egoístas y poco de fiar. Quizá la autora tenga razón, quien soy yo para ponerlo en duda. En resumen: Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras, es un gran libro. Plagado de frases rotundas y consecuentes, referencias históricas, cinematográficas, taurinas o musicales, que nos retratan cuarenta años del siglo XX con una naturalidad que parece fácil, pero que sin duda no lo es, porque además de talento, hay mucho trabajo y mucho esfuerzo detrás de estas 162 magníficas páginas.

Las verdaderas HISTORIAS de Aguarón.

Por José Gabarre.

Comenzaremos por el final, la literatura es el contagio silencioso con el que uno va a desnudarse frente a sí mismo y ante la vida, similar al desnudo que intenta atrapar el óleo. Así que si alguien toma la decisión de emprender esta lectura, asume el reto añadido de explorar en un cuadro la hondura con la que la autora indaga en cómo ella asume el tiempo y la esencia de la vida. Encontraremos estampas de una vida cotidiana, familiar pero donde se cuela, por ejemplo, la sexualidad numinosa e inclusa siniestra, aunque sin entrar nunca a juzgarla; aquellas calles de la Zaragoza de provincias contaminada por la inmediata postguerra, donde descubrir el desánimo –y la vitalidad por sobrevivir- en sus personajes. Retazos de una vidas “escandalosamente” vividas por la autora, en primera carne, en lo imaginario. Y a los que da su inconfundible pincelada, dentro de la tradición del realismo español, llevado a un terreno propio, remozado con ingenio. Así es que de la misma manera que la pintura no atrapa la vida -salvo con la salvedad del Retrato de Dorian Grey- aquí, la literatura de Pilar, intuye el desasosiego por el que marchamos, incluso el desarraigo, en el que todavía nos vemos atrapados, no ya de aquellos personajes de los años cuarenta o cincuenta, sino en nosotros mismos, a los que ha perseguido hasta estos primeros lustros del siglo XXI. Un libro para que se revalorice la Historia y reflexionar sobre nuestra herencia colectiva. Un libro –un pulso llamado Pilar Aguarón- que propone (des)aprender, sobre la vida –en lo individual- y sobre la Historia –en lo colectivo-, a (re)dibujarnos –como lo hace ella- en esta verdad mutante que es la vida y para aceptar el cuadro final: “Las verdaderas historias de amor siempre acaban mal”.

Reseña de Bárbara Fernández Esteban
Mientras leo el último libro de Pilar Aguarón Ezpeleta, editado por la Fragua del Trovador, vuelvo a experimentar, como ya me pasó con la lectura de la Casa de los arquillos, un sentimiento arrebatado, un hechizo sensible que emerge de la escritura de quince historias de amor precario, que por serlo, necesariamente, tienen que ser efímeras. Quince historias que discurren, bandeando entre la fragilidad, la rebelión y la esperanza bajo una apariencia de nihilismo fatalista con que la autora parece revestir sus personajes. El tono de los distintos narradores está transido de nostalgia de un mundo demasiado fugaz, y también de cierta fascinación como respuesta, que no coincide con el mundo desquiciado que resulta, mal deudor del primero. El placer de la lectura puede ser más, desde la perspectiva en que se sitúan aquellos lectores, como yo, para quienes cualquier tiempo pasado fue mejor, o que, al menos, pensamos que este pudo tener otro brillo. Sin embargo, ninguno de los protagonistas, ni tampoco el narrador, cuando no coincide con ellos, muestran un sentimiento de frustración o de rabia que podría conducir a pensar en muestras de inmadurez como podría pensarse después de leer la Historia de “Cólera”, sino todo lo contrario, todos ellos soportan un talante senequista que contribuye a pensar que la vida no es insufrible del todo. Simplemente, es. La rebelión no consiste en cambiar el mundo, sino en aceptarse a uno mismo en su caducidad como esencia, en la extinción del amor romántico que redime en tanto que es fugazmente verdadero, irrepetible, porque pasa solamente una vez por la vida de los protagonistas. Esta es la única moraleja que se desprende del ocaso de todas las historias que nos cuenta Pilar Aguarón. “Me gusta esta casa”, dice Mariela. “¡Tenemos que llevarnos bien!”, añade en el punto más álgido de la Historia de los Rabanera. No cabe mayor madurez, ni persuasión más evidente. Por eso, pienso que el nihilismo que puede desprenderse de la prescripción de las “Verdaderas historias de amor son pasajeras” es solo apariencia, que la fragilidad que muestran los personajes es fortaleza y que la esperanza es tan solo memoria.
La escritura de Pilar Aguarón tiene tirón, sugestiona y nos lleva al desenlace, aun sabiendo que no pretende causar un efecto hipnótico o trágico que nos deje con la boca abierta, sino que nos obliga a pensar, a agitarnos en nuestras convicciones, a asentir para darle la razón, enriquecidos con lo contingente.
A todo ello aporta, además, un valor añadido. Diría un valor extraordinario, que solo a la autora puede corresponder como magnífica dibujante y pintora que es. A cada relato acompaña unos dibujos que contribuyen al realismo y que su contemplación es una nueva complacencia para la vista.
Enhorabuena a Pilar Aguarón por su nuevo libro, y gracias por el placer que resulta de leer y ver su obra.
Suelo acompañar mis lecturas con alguna música que el propio texto me sugiere o bien un rápido vistazo al índice. Hay una historia en el libro titulada “Los ojos azules de Frank Sinatra”. Comencé a leer con “la Voz”, pero desafinaba ante textos a veces muy sutiles. Con él, descarté también a Elvis, por excesivo. Finalmente fue Bill Evans y su piano: “Alice in Wonderland”, quien puso banda sonora perfecta a las Verdaderas historias de amor, tan pasajeras como el país de las maravillas.

Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras Autora: Pilar Aguarón Ezpeleta 162 págs. Editado por La Fragua del Trovador ISBN: 978-84-15044-59-8 Pilar Aguarón Ezpeleta nos vuelve a deleitar en este libro con esa facilidad tan natural que tiene para narrar historias de linajes familiares, ambiciones y dramas. Pero quizá sea ésta su obra más osada, en la que más abundan las escenas de sexo, con argumentos ciertamente provocadores y sorprendentes. Cuando terminé de leer su anterior libro, La casa de los arquillos, le confesé mi desaforado amor por el malvado Hermelo Seoane, me dijo que no era la primera que se lo decía; las mujeres somos así de raras, nos ponen los chicos malos. Entonces le sugerí, o tal vez le rogué, que escribiera la continuación, porque se me había hecho corto. No me hizo caso, creo, pero en Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras, me vuelve a encandilar con un puñado de historias muy bien contadas y llenas de hombres perversos, que son los que me cautivan. ¿Por qué a las mujeres nos gustarán tanto los chicos malos? Empecemos por el seductor y apuesto, la narradora lo compara nada menos que con Cary Grant, Viriato Bozalongo y su braguetazo con la tierna Adela, y no digamos el padre de esta, el gran Leandro Rendueles, vividor y juerguista hasta la muerte. Sin olvidarnos del aspirante a torero, el jeta y olvidadizo Tomasín Pedrales; y no dejemos de lado al desconcertante y perturbador protagonista de una breve historia, que cuando la terminas te deja, literalmente, sin poder pronunciar Ni una palabra. Pero mi favorito es el canalla protagonista del relato Cólera, el sádico y perturbador Dario, la verdad es que es un cabronazo de siete suelas, pura chusma, gentuza, vil y morralla. Confieso que me ha costado pillarle el tranquillo, pero indiferente no te deja. Pensándolo bien, si hay que ser malo, mejor serlo como este, de la cabeza a los pies, sin fisuras. Y para finalizar no quiero olvidarme de mis queridos Rabanera, que no son malos chicos. Tiernos y gentiles, aman, viven y dejan vivir, y bien que hacen, porque total, si son cuatro días. Lola Rivas Puig

Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras . 

Por Itziar Ormaechea Adaraín

Como siempre me pasa cuando leo un libro de Pilar Aguarón Ezpeleta, este también se me ha hecho corto. Siempre esperas que haya más páginas y más historias, porque están muy bien narradas y nunca se hacen pesadas. Considero que esta es su obra más elaborada, más intensa, más valiente, en la que ha arriesgado más y de la que ha salido victoriosa. Se ha abierto, ha crecido como escritora y se nota segura. Me gustan las historias protagonizadas por mujeres, y en este libro son prácticamente todas. Al menos he contado una docena de mujeres que dignas de reseñar y que no se acobardan: desde la tía Luisi del primer relato a la espléndida doña Jovita del último; pasando por Flora, la viuda del divisionario; Mariela, la matriarca de los Rabanera; o la vengativa narradora de cólera, relatada en primera persona y de la que la autora nos deja sin nombre y para finalizar las cuatro protagonistas de dos relatos paralelos titulados trofeo de guerra, y dónde se demuestra que la verdad absoluta no existe, y que todo depende del cristal con que se mira. Como siempre, también en este libro, Aguaron Ezpeleta vuelve a sorprender con frases rotundas, de las que a mí me hubiera gustado haber sido la autora, pero se le han ocurrido a ella, como cuando le hace decir a Elvira Maza: La Luna debe ser un lugar perfecto para vivir: tranquilo, lejano y solitario. O cuando Florita asevera que: La guerra nos derrotó a todos. Pero mi favorita es la que dice la protagonista de Cólera, quien refiriéndose a sus amantes pasajeros dice: Mirarlos a la cara al día siguiente, y notar como se creían culpables y mezquinos, era una sensación de poder absoluto. Y así es Pilar Aguarón Ezpeleta, que siempre deja a sus lectores la sensación de que, definitivamente, es ella la que demuestra tener un poder absoluto.

Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras

Por José Ignacio Larraz Vileta

Cuando asisto a la lectura de relatos o cae en mis manos algún libro en el que varios autores nos cuentan sus historias en unas cuanta líneas, siento cierto temor, porque resumir algo interesante, coherente y bien estructurado, en dos o tres folios, no es tarea fácil; hoy en día es muy raro encontrar cosas que atraigan al primer golpe de vista y que despierten el interés del lector. La excepción a lo que parece ser una regla en este mundo literario en el que los que se creen tocados por la mano de los dioses del Olimpo, son legión, la constituye Pilar Aguarón Ezpeleta con esta selección de sus relatos más deliciosos. He leído con agrado y comodidad este libro en el que se desgranan una serie de vivencias de la autora, lógicamente adornadas con su fértil imaginación, para que resulten tan atractivas, que en un par de sesiones, pueda terminarse el libro. Con un estilo directo y limpio, sin concesiones a lo superfluo, nos presenta catorce relatos llenos de contenido, hasta tal punto, que con cualquiera de ellos se podría hacer una novela; no contenta con ello, nos obsequia con las magníficas imágenes que salen de sus manos mágicas, esas manos que plasman en el papel o en el lienzo, lo que su imaginación crea. Y no lo hace bien; lo hace muy bien, porque incluso un profano como yo en el mundo del arte, puede apreciar la belleza de su obra; he tenido el placer de contemplar la gama cromática de los originales y las miradas; su maestría en lograr que unos ojos hablen, definiendo el carácter o el estado de ánimo de una persona, jamás lo había visto. Ante sus dos talentos, no puedo más que manifestar una sana envidia y desearle el mayor de los éxitos.

Las verdaderas HISTORIAS de amor son pasajeras
Por José Antonio Prades

Las verdaderas historias de amor son pasajeras es un intrigante título para un libro con quince relatos que nos llevan por las recreaciones de ensueño a las que accede la buena literatura. Y además del título, es la portada lo primero que nos atrapa, con ese contraste de observar un rostro angustiado rodeado de colores alegres, festivos, vibrantes. También la cuidada edición de Luis Sanz (La Fragua del Trovador) nos incita, nos atrae. Título, portada, hechura… tres imanes que se unen al tirón que como autora Pilar Aguarón Ezpeleta está alcanzando en el panorama narrativo.

Pilar Aguarón, destacada pintora, como demuestra con las ilustraciones que acompañan a los relatos de esta obra, comenzó tardíamente su andadura como escritora, en 2008, con un libro de relatos breves titulado precisamente Relatos breves. Su especialidad literaria se ha asentado en esa brevedad, aunque ha tenido una incursión en la novela con Hueles a sándalo (2010, Editorial Certeza).

Su anterior entrega, La casa de los arquillos, como confirmación de que se ha convertido en la autora fetiche de la Editorial La Fragua del Trovador, dentro de la cual dirige la colección Palabras Contadas, puede considerarse un híbrido entre libro de relatos y novela, porque conjuga una visión conjunta de argumento global con la estructura y técnica del relato corto. En Las verdaderas historias de amor son pasajeras, hay suspiros de novela en algunos de los relatos largos, que presentan pie para elaborar una historia de gran calado, como por ejemplo en Triunfos de guerra, El mundo de Luisi, o La viuda del divisionario.
Pilar crea sus narraciones desde la austeridad y nos las presenta a golpe de frases, que redondea un hecho.

• “Lo que tía Luisi escondía era su vida”.
• “La guerra nos derrotó a todos”.
• “Nunca tuve un orgasmo, sólo los fingía, era fácil, igual de sencillo que enmascarar los sentimientos”.

Trabaja con el lenguaje ahorrando palabras, como buena economista que es, haciendo una auténtica poda y rebaje de lo superfluo hasta dejar su estilo tan directo como vertiginoso, con muy pocas concesiones al relax del lector. Atrapa enseguida, generalmente por donde duele, y resulta muy difícil desengancharse de sus historias. Por suerte, no se alargan nunca y podemos extender el esfuerzo hasta el punto final sin sufrir desgarros graves.
Hay varias constantes en los relatos de este libro, que además podrían definir las querencias habituales de la autora, en las que poco a poco, quienes la seguimos, vamos observando que adquiere la maestría de los literatos de renombre:

– Se mueve como pez en el agua, delfín diría yo, cuando salta de época sin que nos demos cuenta, maestra que es Aguarón en el manejo del tiempo.
– Recrea con pericia el mundo rural o de barrio de las ciudades.
– Se mueve con habilidad entre las décadas de los 30 a los 70 del siglo XX, dejando muestra del dominio de la historia o, mejor dicho, de los acontecimientos y su significado, que sabe aplicar como recurso de metáfora o comparación
– Aparece a menudo la Guerra Civil o sus consecuencias.
– Los relatos transcurren con protagonistas convencionales sumergidos en trasfondos escabrosos y generalmente ocultos a simple vista.
– Hay mayoría de mujeres como personajes y como protagonistas, y casi siempre entregadas a varones despreciables.
– Coloca la acción en Aragón, preferentemente en Zaragoza.
– Describe amores locos, desenfrenados, sin medida.
– Incrusta también películas o canciones con gran naturalidad para transmitir dataciones o sensaciones de una forma muy original

Son quince relatos, cada uno con su impronta, a veces punzante, a veces trágica, que se sumergen en hechos vividos por mujeres sometidas a una relación sentimental. Sí, sometidas. Y casi siempre con amargura, con dolor o con melancolía. Hay relatos muy duros, como el último, Chesterfield sin filtro; eróticos, como Love me tender; jocosos, como El mundo de Luisi; simbólicos, como Azul ultramar; o devastadores, como La viuda del divisionario… y todos ellos, tan variados, que se unen por unas voces que miran cada historia con naturalidad, como si lo estrambótico fuera lo que nos ocurre cada día, como si nuestra realidad estuviera fuera de la normalidad, porque la normalidad sería la que nos cuenta esa voz, a veces en primera persona, muy involucrada en el argumento, o a veces desde lejos, a modo de notario implacable.
Breves son ocho relatos, de una a tres páginas:

o La casa del molino, donde presenta un misterio sin describir para que sea el lector quien pueda imaginar lo que de verdad se oculta.
o Love me tender, con título de esa canción suave de Elvis Preysler para ambientar en cambio un acto lleno de fuerza, descaro y vitalidad.
o Azul ultramar, en el que Gauguin, simbólicamente, busca el color del título.
o Ni una palabra, con un descaro inmoral.
o El mar en otoño, melancolía de un amor que se fue, ambientada con una canción de Los Beatles.
o Los amores de Cleofé, una alocada mujer que fracasa: “El dolor de Cleofé es más intenso que el miedo a la propia muerte”.
o Un verano en San Aventín, quizá el único relato sin dolor, casi romántico.
o Y Los ojos azules de Frank Sinatra, donde se vuelca toda la maestría en brevedad de la autora para entregarnos una historia en una página que contiene entero el Hollywood de los años 50.

Son siete los relatos que podríamos considerar largos, aunque de extensiones e intensidades dispares:
o En El mundo de Luisi, con un lenguaje cercano y directo, sobre todo en los diálogos, por momentos jocosos, se nos descubre poco a poco una vida oculta, impensable en los primeros párrafos, de una mujer aparentemente convencional para su época.
o La viuda del divisionario es el relato más extenso, con material suficiente para generar una novela. Narrada en primera persona por la protagonista, una mujer casada con despecho, que cuenta sin tapujos al final de sus días lo que verdaderamente fue su matrimonio. Es en este relato donde Pilar Aguarón nos muestra el manejo de uno de sus recursos más brillantemente aplicados: el desarrollo paralelo de dos hechos aparentemente sin relación, pero que responden al mismo sentido narrativo, en este caso, entre una tormenta y un parto. Los hay en otros relatos de este libro, como plantear el sexo dominador y extremo frente a una epidemia de cólera, o el desembarco de Normandía con el destino prefijado de la protagonista.

o Los Rabanera es el ejemplo de relato en el que la autora mezcla la apariencia normal con los hechos resonantes. Aquí, el hijo de Mariela, la protagonista, nos cuenta con un tono condescendiente cómo su madre, de presencia intachable, sostuvo comportamientos insospechados, especialmente para esa época, que, de haberse sabido, habrían acabado con su honorabilidad para toda la vida.
o En Cólera aparecen prácticas sexuales al límite, pero me gustaría reflejar aquí como ejemplo, la descripción de un lugar localizable en Zaragoza, la estatua de Rubén Darío y cercanías en el Parque Grande, que me subyuga particularmente con esos bancos semicirculares bajo la verticalidad de los cipreses, semejando un lugar para rituales diabólicos en torno a una hoguera.

o Trofeo de guerra es el título de dos relatos que nos cuentan las madres sobre sus hijas; una misma historia ambientada en una tienda textil, con cierto recuerdo a la sedería de la tía Luisi del primer relato, vista desde la altura de una ricachona o desde la de una mujer de pueblo que se traslada a la ciudad para hacer fortuna.

o Llegamos al último relato del libro, Chesterfield sin filtro, para mí el de mayor valor emocional, el que más me ha atrapado con Jovita, una profesora de Literatura que ha desarrollado su función siempre dentro de la dictadura franquista, y en la que, con el tabaco como apoyo narrativo para ir presentando desmenuzada su destrucción interior, quiere transmitir a sus alumnas no sólo el amor por su asignatura, sino también por la libertad y la democracia, que en este caso final no es un amor pasajero.

Las verdaderas historias de amor son pasajeras no permanece después de leerlo como una obra baladí. Está lleno de impactos emocionales que se cuelan por los recuerdos, sensaciones y sentimientos más recónditos del lector. Quedan ganas al terminar de volver a este o aquel relato del que nos ha quedado poso, y de ese relato iremos a otro, y así sucesivamente para releer y releer, que es lo más loable que se puede decir de un libro.

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