Reseña de José Antonio Prades

HISTORIAS DE TRES MUJERES CON SOMBRERO ROJO

Reseña de José Antonio Prades

El sombrero es un factor diferenciador.  No sólo es funcional, quiero decir.  Sirve para proteger la cabeza del sol, de la lluvia o del frío, pero también marca un status en quien lo porta, o quizá un origen o una preferencia.  ¿Y si es rojo el sombrero? Atendiendo a la sugerente portada del libro Historias de tres mujeres con sombrero rojo, con fotografía del gran artista zaragozano Luis Simón Aranda, nos podríamos adentrar por ese pasillo/túnel de árboles que nos invita a transitarlo, previa tentación de que nos engalanemos con un distinguido sombrero de fieltro rojo.  ¿Y si aceptamos?  Me tomo la contestación en positivo y nos supongo entonces como dos seres elegantes (usted y quien suscribe) que cubren su cabeza por estética con un tocado cuyo color carmesí nos llena de fuerza superior para encontrar en cada hueco del sendero una historia de mujer.  Edward de Bono, en sus “Seis sombreros para pensar”, nos anima a usar el de color rojo para aplicar la intuición, el instinto; nos dice que expresa emociones y corazonadas.  Qué mejor acompañamiento, ¿no?

Se trata de veintitrés historias, cortas, pura literatura en breve, que configuran tres capítulos, uno por autora, para llevarnos de la mano por su mundo interior a través de la creación artística, una aventura que nos ofrecen con la garantía de experiencia y oficio.

Pilar Aguarón Ezpeleta anticipa que sus seis relatos tienen que ver con lo que más me conmueve: la doble moral, el paso del tiempo, la muerte y la libertad.  Una de esas historias da título a su sección, El almacén de las vidas robadas.  Es Pilar una escritora de estilo propio, contundente, aguaroniano, sin concesiones.  Ya en su primer relato, una mujer que va a tener extraña suerte en la vida, se presenta de esta manera: “Mamá, no te preocupes, ya sé que acabaré siendo un ornitorrinco”.  Quizá la chica se había dado un paseo por Macondo.  Nos dice Pilar que sus protagonistas son mujeres fuertes dueñas de su destino.  Y las tiñe de soledad existencial, de mirada a la muerte, a veces lenta, sin temor, con la ojeada lúcida al pasado que enmarca una vida casi siempre escondida.

Marta Navarro García, cuyas protagonistas toman las riendas de su vida —también—, nos hace quitar el sombrero cada vez que sus relatos dan el giro que atornilla la vida, con una tarta y un diamante, por ejemplo, o llamándonos la atención con una tierna imagen de un padre muy cambiado o, sobre todo, contándonos cumplidas venganzas de dos niñas acosadas por ancianas o de un neonazi engañado hábilmente por una joven arriesgada.  El pasado, ese impostor que nos regala recuerdos embadurnados de mentiras piadosas, envuelve miradas que van y vienen para frenar y acelerar en la carrera de la vida, hasta que seamos incapaces de ayudar al inmigrante ilegal, en la frontera, donde cualquier defecto inventado en sus papeles, le devuelve día tras otro a los sueños oscuros: “Mañana es nunca.  Mañana es un dulce de morfina”.

Ana Rioja Jiménez ofrece un paseo en bajel por un río calmo que esconde algunos rápidos en su cauce.  Desde sus recuerdos de infancia y adolescencia —qué delicia para sus coetáneos (¡yo, yo, yo!) recordar la colección Historias Selección de la Editorial Bruguera, los gemelos Zipi y Zape o Lucecita, la última radionovela que logró competir con la televisión—, asistimos a las idas y vueltas de las vocaciones tempranas, a  los grupos inolvidables de amigas inseparables que se separan, al dolor de las pérdidas antes de tiempo,  a unas vacaciones en San Leonardo de Yagüe, encantadora villa de Soria, en las que aprendes a montar en bicicleta o a enamorarte del chico más guapo del pueblo.  Llegará la tele en color a la vez que la Constitución y resultará muy difícil esconder una lágrima cuando descubramos que una carta de amor secreta es la causante de un remedio equivocado.   “La vida iba tan en serio que nos arrolló”.

Son tres escritoras de esa generación que mira desde la madurez un camino recorrido con esfuerzo y afán, con ilusiones donde los devenires de la vida se ofrecen con más generosidad y con más responsabilidad, de esa generación que mira desde su atalaya un camino por recorrer con el deseo de dejar huella, como la de estos relatos que son capaces de provocarnos piedad, sonrisas, amarguras, esperanzas…

La coda del libro es nada menos que un poema de Gil de Biedma que habla de los sueños de juventud, de envejecer y morir como verdad desagradable y único argumento de la obra.  Estas Historias van de esto, pero no sólo de esto.  Compruébelo y me lo cuenta, por favor.  Estoy seguro de que después ya no será lo mismo.

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