Metus o los rostros del miedo.
Editado por Quadrivium. 2023
Reseña de Belén Mateos Galán
Del latín “metus”, significa temor.
El miedo es una emoción desagradable que es provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado.
El miedo es, quizá, la única emoción capaz de apoderarse por completo de quien lo sufre y en tan sólo una milésima de segundo.
Basta una palabra, un olor, un ruido, para que haga su aparición. Aunque hay quien dice, que es la única emoción que nos hace estar y sentirnos verdaderamente vivos.
Nos enfrentamos a seis relatos duros, de seis autores diferentes en su voz y estilo, unidos únicamente por una realidad que podría desgarrarnos en su lectura, enfrentarnos a su mismo temor o hacerlo huir si nos enfrentamos a él, pues como dice Fran Picón, el miedo es muy cobarde y huye si se le mira a los ojos.
Nos vamos a encontrar un mundo conocido que no desea la desaparición de Ucrania, que sacude sus toallas ante el próximo conflicto, que es un juguete roto en las manos de Satanás. La destrucción de una empresa familiar, el derrumbe, como un castillo de arena, cuando sube la marea.
Una familia que se enfrenta a la muerte de su padre entre cenizas y una chimenea a la lumbre de su combustión. Una esposa aborrecida por un largo matrimonio, esposa frágil, algo desequilibrada y rebelde. Una hija con un secreto color barquillo y la ruina entre sus manos.
Una familia que habitó durante años bajo una misma casona colmada de libros, techos altos y vaquerizas. Se podría decir que era una cueva prehistórica, un refugio para cada uno de sus habitantes.
Pilar Aguarón Ezpeleta nos adentra en una época de guerra, en un matrimonio, su idílico inicio, su cortejo, en silencios y
ausencias, en palabras que les daban vida, a la adopción, al éxito laboral, a la pandemia y sus terribles consecuencias, a cien años de soledad, a la memoria de cada uno de sus protagonistas.
“Quien vive temeroso, nunca será libre” Horacio.
Hay nueve meses de espera, un rostro que sonríe y arropa, que sin remedio se va desvaneciendo al compás de los días, besos y estampas a la luz de la luna, lágrimas que brotan sin permiso.
Elena Laseca nos da a conocer a una mujer que decide ser vientre de alquiler, ser madre sin llegar a serlo de verdad, que desde la partida de su madre vivió con sus abuelos y en su adolescencia comenzó a trabajar como asistenta en una casa llena de libros, cultura y conversaciones.
Pasan las noches y un mismo pensamiento arrastrado de desconchones, ocultando su cuerpo incipiente de vida para otros, las náuseas, el miedo, las preguntas sin respuesta, la silente ecografía a sus oídos, la curvatura de su cuerpo.
El ansia de querer quedarse con quien latía a pesar de las bombas y el testamento sobre su vientre.
“Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender” Marie Curie
Trascurren los años y todo tiene su lógica, la edad, la fisionomía, los fenotipos… un simple profesor de literatura, la borrachera y su tambaleo, la admiración a pesar de todo.
Quizá todo se redujera a una vieja batallita contada a su mujer, ajena al tema y desinteresada al ornamento que él le regaló.
Carlos Manzano nos propone una historia con sabor etílico y misterio, una aproximación a los libros desde la pasividad y los lectores, a la argucia del argumento, a la palabra precisa y elocuente, al valor de la enseñanza a pesar de la mera condición de un beodo.
Quizá la resaca haga orinarse en la tapicería del aprendizaje, en magnificar lo insustancial, en la dignidad perdida en el fondo de un vaso de ginebra y en el despertar de un letargo vomitado de sabiduría.
“Bajo la máscara de la temeridad se ocultan grandes temores” Marco Anneo Lucano.
En los carnavales hasta los médicos pueden ser ladrones, disfrazarse con inverosímiles atuendos, sortear a los pasacalles, refrescarse con el agua de una jeringuilla, esconderse tras una máscara en el resbaladizo empedrado de la cuesta.
Eugenio Mateo nos acerca al gusto por las cosas lujosas, a comprar y vender lo que sea, a un arroz con nécoras bañada por charlas sobre historia, a los almendros en armonía con las casas, a la soledad y su esencia.
Las caricias robadas arrinconan corazones, venganzas, relojes de lujo, cifras de oro y ediciones a peso ajustados a la muñeca de unos ideales.
Todos somos dueños de nuestras aspiraciones y de los sinsabores de la vida cotidiana; destilamos esencia imposible del mejor perfume, alquimia en el crisol de un pétalo, utopía, sospecha, romance, exceso de confianza, apostar a la espera de un juicio.
A veces la muerte es dulce, solo eso, con aroma a mil flores.
“No es valiente quien no tiene miedo sino quien sabe conquistarlo” Anónimo.
Las estrellas tienen un sabor a mermelada de moras, se cuentan por la felicidad de su extensión y tiempo, por las piedras, la tierra y el sabor a fogones, por los muros de la casona y sus corrales, por los rayos del sol y el gélido verano de las noches de invierno.
Las aguas cambian y bañarse dos veces en un mismo río no es posible, igual que cambian los hombres a veces tortuosos y fríos, a veces chapoteando en el silencio de la cumbre.
Jordi Siracusa nos muestra la confundida adolescencia con la placidez y el futuro de la cercanía, con los pantalones cortos, las alpargatas y los zapatos de danza; esa adolescencia en la que cinco duros te permitían ir al baile, donde el mar es destino y los sueños una promesa.
Nos conduce a los Pirineos y a sus fértiles valles, a la atalaya del pueblo y su iglesia, a la verbena en el solsticio de verano, al amor de ojos grandes y boca perfecta, a las piedras que envuelven los sueños, a ese olor incienso, a las fuentes y el arroyo.
Es tiempo de cosecha, de amaneceres, atardeceres y soledades. Es hora del insomnio, la música, de dragones sin princesa, de un bolero endulzado en el mágico laberinto de un beso.
“Mejor morir de una vez que vivir siempre temiendo por la vida” Esopo.
No hay número perfecto, ni defectuoso, quizá sea el trece quien tenga esa doble esencia, quien se pare a contemplarla para caer en su destino, quien atesore tal cifra para llegar a su más alto nombre y depositar en él su mochila insegura de personalidad.
Un portal, un carrito diario de vida, el goce oculto de la pasión, el aire de la soledad, el insípido desborde de la inapetencia, la miel truncada en su luna, el vientre y la voracidad de su boca, el relámpago de una vida, la lluvia adherida al silencio, el miedo, el vértigo, la leche cortada por el café.
Belén Mateos nos conduce a ninguna parte, al séptimo infierno, a una terraza sombría de sonrisas, a la promesa incumplida, al sudor derramado entre las entrañas, al trauma que supone el transito al mundo, al hilo amputado, al suspiro por la proximidad del final.
Trece pisos, trece historias entretejidas por la escarcha del efímero tiempo, trece respiraciones y un solo segundo para secar la tierra y sus ojos.
Tres autoras y tres autores, seis relatos de miedo sin miedo, porque no, no tememos miedo.
Una aventura en la que, cada ávido lector, podrá adentrarse y comprobar que, casi siempre, el miedo no va más allá de cinco letras que al pronunciarlas pierden su poder sobre quien interioriza la emoción y no la afronta.
Quiero terminar con una cita, que creo que viene al hilo de la presentación que hoy nos ocupa y que es de Anna Ramoneda Muller:
“El hombre ha permanecido en la cueva durante mucho tiempo. Para salir tiene que vencer el miedo a lo desconocido. Terra Aspra es una oda a la valentía para acometer el camino, y no acatar, impasible, las exigencias de un destino inexorable”.
Comentarios recientes