El último deseo de Marcial Longares

  • © Pilar Aguarón Ezpeleta
  • Novela, 166 páginas
  • La fragua del trovador, Zaragoza, 2022

Skeleton in the closet (esqueletos en el armario) es una expresión inglesa con el significado de que existen secretos sin desvelar en alguna biografía.  Pilar Aguarón Ezpeleta es una experta literaria en destapar esqueletos familiares en los armarios.

Marcial Longares es en sí un secreto de familia, un hombre escapado que espera su destino en cualquier momento por obra y gracia de una felonía que cometió, cosas de estas que el maestro García Lorca tan bien, y también, trató.  Así podríamos orientar en veinte segundos a un lector potencial de esta nueva novela de Pilar, corta, pero, tal como a ella le gusta crearlas, directa, concisa y arrebatadoramente adictiva.  Como corresponde al estilo aguaroniano.

Rosa de Lima es el nombre de la narradora principal y principal protagonista, una pintora, una mujer decidida, tozuda, de encarnada ternura tras una apariencia impertérrita, que cubre de cemento con puertas que abre cuando quiere (eso cree ella) para dar paso hasta su corazón, hasta su entraña más profunda, con la que pinta ese Cristo fastuoso que regirá la entrada a un oratorio. Es autónoma y liberada (que no liberal), con el valor añadido que esas características le dan a una mujer de su época, otro factor reiterativo de las aguaronadas.

“Mi padre dormía tranquilo porque su hijita había terminado una carrera y podía ganarse bien la vida y, además, estaba muy orgulloso de que yo ganase más dinero que mi marido, el profesor.”

 A su alrededor se van forjando los personajes, un marido también artista, muy comprensivo y colaborador desde un rol secundario, muy bien asumido, frente al renombre de la esposa, tres hijos dispares, nietos, padres, tíos… y Marcial, que un día le pidió un deseo a su sobrina.

Llegamos a Marcial, el deseador del título.  Tío de Rosalí (hipocorísitico de Rosa de Lima), es el personaje malencarado de la novela, el que gusta la autora de retratar con maldad entreverada del toque machista que lo define por la afrenta cometida y por la que espera, paciente, el desquite en una taberna de mala muerte en la Cava Baja, una de las calles más viejas y oscuras de Madrid.  Merece la pena repetir la lectura de su descripción, que semeja una película de Buñuel, llena de primeros planos con sonrisas sin dientes en rostros con arrugas de miedo, obesas cupletistas, ancianos babosos, vasos sucios…

“Entonces, una voz sombría sonó desde una mesa que había a la izquierda, casi en la penumbra, donde un hombre flaco, con la piel ambarina y los ojos hundidos, bebía de una pequeña copa de cristal, adornada con un filo rojo, que según la vaciaba la iba rellenado de una botella de Anís del Mono que tenía sobre la mesa y, junto a ella, un cenicero de bronce, atestado de colillas y un paquete, casi vacío, de celtas cortos. Le miré de soslayo, tenía los  dientes y  las yemas de los dedos amarillentas de tanto fumar y daba la sensación de que su hígado no le iba a resistir mucho más.”

Como es habitual en las novelas de Aguarón, un hecho dispara el foco hacia un pasado que se mantenía secreto.

“Todo eso se resume en más de cincuenta años dedicada al arte, a trabajar sin descanso. Estaba conforme con mi vida, con mis tres hijos, buenos e inteligentes como su padre y mis dos preciosos nietos. Todo se había convertido en una sosegada vida tranquila, hasta que hará unos meses se presentó en mi estudio de la calle Amor de Dios, una señora de mediana edad, bajita y delgada, con un gran crucifijo de plata colgado al cuello y  dijo que se llamaba sor Nati Mendieta, que pertenecía a la congregación del San Nicolau Satué,  y que venía a hacerme un encargo.”

El último deseo de Marcial Longares es una gran aguaronada, de esas obras que escribe una autora que piensa que ya ha escrito todo lo mejor en su trayectoria y lo nuevo es confirmación a su carrera, un regalo para sus lectores, con sus claves de estilo más importantes, pero dulcificadas, y con alguna pincelada, nunca mejor dicho, de novedades.  Por eso será muy, muy bien acogida por sus seguidores y la recomendarán contando cómo les ha atrapado el uso de los aguaronismos: ritmo frenético, trama sin concesiones, misterio al por mayor…; y esas mujeres que se rebelan para revelarse como seres fuertes y consistentes, que no necesitan hombres, pero los tienen, los quieren y los miman sin obligación, es decir con amor; un cuadro que mueve la acción para seguir la historia; referencias a la muerte de Franco y a las características del franquismo para lograr una esplendorosa narración intrahistórica; las incursiones en personajes monjas y sacerdotes, aunque esta vez con mirada abierta a un cura rojo, pero que muy rojo.  Nos traslada a territorios lejanos, esta vez es Bolivia; nos ilustra sobre detalles especiales, esta vez los tipos de tiaras; y nos obliga a buscar información sobre algo que parece importante para la trama y que solamente nos nombra, esta vez los misterios de Tugunska y Stonehenge. Y no quiero dejar de referirme a esas frases contundentes que aparecen como por ensalmo:

“Muchas veces medimos mal lo que realmente tiene importancia en esta vida.”

Hay novedades en la obra que quién sabe si se convertirán en aguaronismos, como la inclusión de “incisos” en la estructura narrativa con vaivén del tiempo, la creación de una familia feliz, sin dramas presentes (salvo el de ese Marcial escapado), y el uso salpicado de un tono irónico y sarcástico que saca más de una sonrisa.

Para terminar esta reseña, creo necesario nombrar precisamente la coda de la novela, el ultílogo, así nombrada como cultismo aguaroniano, en el que con un tono emotivo y profundo por su propia redacción, que no por sus términos que podríamos esperar como suaves, dulces o amorosos, nos relata en cuatro pinceladas una vida ejemplar, la de su madre, a quien dedica esta obra.

“Falleció una noche de verano, cuando estaba a punto de cumplir los ochenta y tres años. Se despidió de mí serena, sabiendo que ya no iba ver amanecer y confesándome lo difícil y lo largo que se le estaba haciendo morirse.”

No te pierdas la última frase, la que precede a este párrafo.  Es pura prosa poética.  Después de leerla al menos tres veces, cerrarás el libro y lo acurrucarás junto a tu pecho.

José Antonio Prades. Enero 2022

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