No pudimos arreglar el mundo y de verdad que lo intentamos, pero no supimos cómo. Quizá fuera porque ya no tuviera arreglo.
He de reconocer que hasta que ella no me lo dijo, yo ni siquiera sabía que existiera un lugar llamado Cachemira.
—Cachemira ha desaparecido por completo y también un buen trozo de Pakistán, me dijo compungida.
Por las mañanas me la solía encontrar sentada en el butacón verde de la biblioteca, con la mirada absorta y los ojos hinchados de haber dormido poco.
—¿Otra vez pensando en el mundo?, le preguntaba.
Ella ni respondía, pero no era necesario, simplemente me sonreía levemente y apretaba los labios. Yo ya sabía que se había pasado toda la noche en vela, dándole vueltas a la cabeza, buscando el modo de arreglarlo, pero no supimos cómo.
(Del libro: La casa de los arquillos)