PAISAJES Y MIRADAS
Pilar Aguarón Ezpeleta es artista polifacética. Escritora reconocida , es promotora cultural y es —sobre todo— pintora, vocación que ha desarrollado desde que tenía “veintidós años”, según su propia confesión. Sus adustos rostros femeninos de rasgos endurecidos, sus ojos penetrantes, la han situado entre las artistas plásticas de creciente renombre. Su plasticidad, su dominio del color y la fuerza de su pincelada la convierten en una de las artistas contemporáneas más destacadas con son sus “paisajes aragoneses” los que han suscitado mi interés crítico.El paisaje de Pilar Aguarón Ezpeleta no es el reflejo o la representación de un territorio —Aragón— sino un modo de verlo y de pintarlo como conjunto organizado, representado a partir de un punto de vista limitado por un horizonte.
Sin abdicar de su aspiración al infinito, estos paisajes conocen las virtudes del límite y enmascaran el abismo sin fondo de la realidad; sensibilidad e imaginación controlada por la frontera de su visión y la textura en que se expresa.
Su poder de usar las apariencias visuales como un escultor utiliza la piedra de una cantera para esculpir una obra, la llevan, en la mejor tradición de los impresionistas, a disolver los contornos del paisaje en una miríada de pinceladas que pretenden restituir la verdad de una impresión subjetiva más que ser reflejo mimético de una realidad. Su pintura no es figurativa, sin ser abstracta, aunque a veces lo parezca.
Se inscribe así en una tradición paisajística aragonesa donde las acuarelas y los “campos” de Virgilio Albiac. las perspectivas de los Monegros de Martín Ruíz Anglada (1929-2001), las planicies invernales oscenses de José Beulas, la abstracción de “la memoria rota” de José Luís Lasala y algunos paisajes turolenses de Joaquin Escuder y, sobre todo, el monumental “Gran paisaje (Aragón)”, abierto desde la rocosidad del primer plano a un distante panorama montañoso de Francisco Domingo Marqués (1842–1920), han fundado una tradición hecha de adusto despojamiento.
Aguarón Ezpeleta nos invita a franquear el límite del marco de sus cuadros, esa ventana abierta a una naturaleza hostil en la que perderse, y al aceptarlo es aconsejable hacerlo sin brusquedad, dejándonos llevar por un trazo de pardos rojizos, amarillos refulgentes y verdes socarrados por la sequía y un sol que blanquea el cielo. Es una inmersión directa, sin intermediarios, sin un primer plano al que asirse, donde apenas un horizonte esfuminado entre nubes se distingue por manchas de color. Hasta perderse en una lejanía de luz intensa apenas diferenciada de la tierra arenosa y estéril, del amarillo pálido reflejado en pinceladas nerviosas. En ese pintar la grandiosidad del paisaje aragonés, Aguarón expresa ese “supremo placer de forzar la naturaleza” de que hablaba Poe, placer que hace suyo con la mirada cómplice de todos los que nos indentificamos con su obra.
Fernando Aínsa Amigues. 2013