LOS OJOS AZULES DE FRAN SINATRA
©Pilar Aguarón Ezpeleta

Ya no nos quedan tardes con olor a óleo y trementina, en las que Marilyn volvía a ser por unas horas Norma Jeane y lloraba sus penas de amor sobre el hombro de Frank Sinatra. Él hubiera querido haber sido aquella noche su amante perfecto, pero tuvo que ir a fotografiarse sonriente al lado de Eleanor Roosevelt. La vida pasó tan deprisa.

Bajo la luz rala y naranja, que se filtraba por la vidriera, el amor no parecía tan débil. Lucien Freud pintaba a Norma Jeane con los pies descalzos, sentada en la mecedora que le había regalado John Fitzgerald. Tenía la mirada triste y sólo quería convertirse en ese instante efímero que dura para siempre.

Las verdaderas historias de amor son pasajeras, lo aprendimos pronto. Frank Sinatra nunca dejó de amar a Ava Gardner, pero tarareaba al oído de Mia Farrow que la iba a llevar volando hasta la Luna.

No supimos hacerlo bien, todos cometemos errores. Hoy el hijo de Woody Allen se mira al espejo y ve los ojos azules de Frank Sinatra, y Tita Thyssen, acaba de subastar en Londres el cuadro inacabado de Norma Jeane, por más de veinte millones de libras esterlinas.

 

 

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