NUEVA VIDA

Anabel Consejo/Pilar Aguarón Ezpeleta/José Antonio Prades

Se acabó. Dejó la última maleta al lado de la cama y se tumbó sobre la colcha. Observó el techo blanquecino y el ventilador oxidado. Era su primera mirada al que sería, de ahora en adelante, su dormitorio. Pensó en la falta que le hacía una mano de pintura y una renovación de cortinas, pero, poco a poco, tenía todo el tiempo del mundo por delante para cambiar su nueva casa, su nuevo hogar, su nueva vida. Su sonrisa era tan amplia como la telaraña que habitaba el ventilador. Y ni si- quiera le importaba la telaraña. ¿Se puede llorar de orgullo? Se podía, pues ella lo estaba haciendo. Se sentía orgullosa de su coraje, de su decisión y de su fuerza, tres cosas que ignoraba poseer, tres aptitudes que permanecieron escondidas detrás del miedo, muy detrás. Ahora sus lágrimas eran de alegría. ¿Se puede sentir felicidad ante un futuro incierto y en la cuerda floja? Se podía, pues ella lo es- taba haciendo. No le importaba qué fuera a pasar mañana, no le asustaba en absoluto. La certeza de estrenar una vida llena de libertad y aventura le hacía muy feliz. Ahora empezaba todo.

Comenzar de cero a los cincuenta, después de haberlo tenido todo, no es fácil para nadie. Dos mil seiscientos euros en un neceser y el anillo de brillantes es lo único que pudo salvar del naufragio de su vida. Tantos años, tanta entrega, tanto claudicar para na- da. Ese fue su error, lo que más lamentaba. Buscó en su interior algo que realmente le causara dolor para medir el valor de lo perdido, pero no sintió nada. Toda una vida para nada, solo para acabar siendo el olvido necesario.

Un trabajo de auxiliar administrativo, para cubrir una baja de maternidad, en una ciudad que desconocía, y la vida por delante. Es todo lo que tenía. Sin embargo   se sentía la reina del mundo. Liberada, tranquila, segura de sí misma, sabiendo que a partir de ahora ella y solo ella iba a ser la dueña de su destino. Sacó de la maleta un juego de sábanas sin estrenar y se hizo la cama. El colchón era malo, estaba hundido. Comprarse otro pasó a ser su primera prioridad y tenía que limpiar bien la casa, airearla y comprar vajilla nueva, solo la necesaria.

Conectó la alarma del móvil y lo puso a cargar, no podía llegar tarde al trabajo en el primer día del resto de su vida.

Querida Mamen:

Ya sé que hace muchísimo tiempo que no sabes de mí. Pero no escribo este mail para disculparme por ello, aunque también, sino por otro asunto que te diré al final.

Desaparecí sin decírselo a nadie, al fin y al cabo estaba sola en el mundo. Salí de estampida porque no podría haberlo hecho de otra manera, lo sabes, con el dinero sisado mes a mes desde cinco años atrás, el anillo que había heredado de mi madre y tres maletas que había ido llenando para una nueva vida. Una nueva vida.

Mi amiga Claudia me había conseguido un trabajo en la sucursal que tenían en una ciu- dad que no te digo, a más de mil kilómetros de donde dejaba mi horror.

No, Federico no me golpeó ni me obligó a hacer algo que yo no quisiera, era muy inteligente, tan sutil, con su palabra mágica en cada instante y un embrujo que me ataba sin remedio a su deseo. Y me sentía bien, el mundo aprobaría una entrega de esposa que estaba dedicada de lleno a su marido. La sociedad y él me aceptaban. Federico me atrapó desde el primer día en que nos conocimos, me subyugó, me dominó y me poseyó con sus dotes amatorias que nos elevaban más allá de lo mortal. No voy a extenderme. Puedo decirlo en tu lenguaje: follábamos como bestias todos los días del año. Me enganché, me convertí en su adicta, en su objeto de posesión sexual que sabía manejar a su antojo para obtener siempre lo que quería de mí.

Veintidós años.

Me escapé hace casi tres, ya recordarás. Y todo iba bien hasta que me encontró. Sí, Mamen, tu hermano me encontró, mil kilómetros lejos, mil días después.

Seré breve, porque, como te decía al principio, este correo es de disculpas, quiero pedirte perdón y no es cuestión de retrasar mucho más el motivo.

Me volví a enganchar a Federico y… pongamos que fueron cien días, por redondear, volvimos a follar como bestias, como nunca, otra vez me enganché, y dejé el trabajo, me llevó a una mansión como la vuestra, me dio acceso a sus cuentas bancarias y, sobre todo, me volvió a subir al séptimo cielo.

Ya me estoy marchando desde donde es- cribo para ti. Ahora son más de mil kilómetros los que voy a recorrer, quizá todo un vuelo a las antípodas, por fin.

Ayer le clavé un cuchillo en el corazón.

Y así empieza mi nueva vida. Mi nueva vida.

 

 

 

 

 

 

 

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